Llevábamos alrededor de veinte minutos jugando. No era por vanagloriarme, pero yo ya estaba ganando, lo cierto es que yo era mejor en esto que Kathleen, lo cierto también era que a ella no le llamaba la atención esto, pues prefería jugar a pin-pong, o el baloncesto.
El deporte del baloncesto tenía mucha competencia entre nosotras, porque éramos muy buenas. Y ya no lo éramos tanto cuando Sean se unía con nosotras.
─Vamos, Kathleen. Llevas varios minutos así ─me sostuve entre el taco.
─No me presiones, prima mía ─habló con mucha calma.
─Sé que te pongo nerviosa ─susurré más para mí que para ella.
Kathleen rodeó la mesa sin quitar la vista sobre la bola roja lisa. Entre la blanca y la mencionada bola, se interponian dos bolas llanas, en forma de zigzag pero juntas.
Suspiró ante eso, y se inclinó hacia la mesa con el taco. Fueron un par de segundos con mucha concentración para golpear la bola blanca con una fuerza media. Logró meter la bola llana roja, no obstante, la bola blanca la siguió al hoyo.
─¡Mierda! ─gritó Kathleen con molestia.
Giré los ojos ante su palabra absurda.
Entonces negué con la cabeza para luego moverme hacia ella y darle un golpe ligero con mi cadera a la suya, con el fin de apartarla. Me estiré hacia el mobiliario para agarrar la bola blanca y situarla a mi suroeste, que era atrás de la última bola lisa amarilla que quedaba, el número uno.
Me incliné hacia la mesa, fijé la línea vertical hacia esa dirección para darle al hoyo de en medio. Golpeé con fuerza alta, y la bola blanca quedó intacta en el mismo lugar.
─Kathleen ─le llamé y ella volteó a mirarmecon atención ─. ¿Lista para leerte cada día un libro por 15 minutos?
─¿Qué esperas? ─me sonrió de fingida felicidad.
Le sonreí de lado para después enfocar mi vista a mi último objetivo; darle la bola negra con el número ocho. Mi número favorito.
Volví a inclinarme, y no fue difícil calcular la distancia y la fuerza que aplicaría, pues en menos de cinco segundos, la bola ya estaba en el hoyo.
Me enderecé con una sonrisa en mi rostro, sintiendo la pequeña victoria entre mis manos. Me dirigí hacia ella mientras miraba en el entorno en busca de Gunther.Unos chicos de chamarra de piel gritaban eufóricos por un juego que realizaban cerca del bar, entonces alcé una ceja dándome cuenta que este era un bar como cualquier otro para ellos. Visualicé las letras adornadas en su espalda. Los Ángeles.
─Los ángeles nos han escuchado ─dijo Kathleen.
─¿Los conoces? ─pregunté confundida aún mirando a ese lado.
Kathleen me jaló el suéter rojo de la manga hacia abajo. La miré y en su rostro pidió que mirara hacia donde sus ojos estaban fijos en un determinado lugar. Moví los ojos hacia esa dirección y entendí a que se refería.
Lo miré por unos segundos, dándome cuenta que era la sonrisa cautivadora que nos estaba dando a Kathleen y a mí. Ya sabía que lo estábamos viendo, pues miró hacia la mesa de billar. Sentí un cosquilleo tan fuerte sobre el estómago que se elevó hacia mi pecho, como consecuencia de que mi piel ya se estaba enrizando.
─Es un pecado.
Kathleen metió el chicle pegado en su dedo para luego sacarlo de manera coqueta. Él miró en su dirección. Yo sólo giré los ojos, me di la vuelta para dirigirme al bar a pedir un vaso de agua. Gunther estaba ahí, sentado en una esquina con las bolsas de compras.
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Concisamente Mío, Pero Eternamente Tuya
RomanceNarella es una chica que está por terminar la carrera de Medicina en Psiquiatría, su único plan era graduarse como la mejor de su instituto. Sin embargo, sus planes cambian por el camino cuando conoce a Marlon Redford, uno de los mejores doctores e...