25. Georgy Porgy

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Al terminar las tres entradas de comida, llegó el mesero con tres opciones para el postre. La primera opción consistía en un helado de limón acompañado de unas cerezas y unas gotas de whisky fuerte. La segunda opción era un pay de fresas con chocolate derretido. Por último, era un Baklava acompañado de un café turco. Este último me recomendó el mesero, a lo cual yo acepté con ganas.

Buenas noches, damas y caballeros.

El pianista se detuvo frente al micrófono, regalándonos una optimista sonrisa.

Pedimos un descanso de media hora. No se nos vayan ─finalizó.

Al siguiente momento, comenzó a sonar música moderna por las bocinas que se veían pegadas en cada esquina del restaurante. No reconocía la balada, pero me hacía mover instintivamente la cabeza mientras miraba a mi alrededor.

─¿Qué hora es, hija? Olvidé ponerme mi reloj ─mencionó papá un poco molesto.

─Apenas marcan las diez de la noche ─lo miré un poco confundida mientras apretaba mis labios ─. ¿Por qué se te olvidó?

─No lo sé ─soltó una breve risa, mirándome a través de sus lentes.

Negué con la cabeza sonriéndole mostrando toda mi dentadura delantera. Al paso de los minutos regresaron Arnold y el Dr. Hanks del baño. Este último me sonrió y le devolví el gesto. No tardaron en que el mesero trajera nuestra orden a la mesa, por lo que inició sirviendo a mi papá primeramente. Después a Arnold, y luego al Dr. Hanks.

─¿Han escuchado que nuestros sueños pueden ser interpretables?

Escuché decir a mi papá mientras el mesero ya se encontraba poniendo mi postre de Baklava junto con el café turco. Alcé la cara en dirección hacia mi papá, cuando sucedió lo que nunca imaginé al otro lado de la estancia.

Por las puertas de vidrio del restaurante accedió acompañado de una mujer rubia con un elegante vestido color blanco de pies a cabeza. Rubia, despampanante y atractiva con todas las palabras dichas en grandes. Caminaron por el lado izquierdo del espacio, lado contrario de donde yo me encontraba observándolo. Me sentí agachar levemente la cabeza. No quería que me viera.

No es posible.

Sentí el nudo de la saliva pasar fuertemente por la garganta. Eran nervios..., era un no sé qué. De pronto su cara giró hacia la dirección central del espacio. Sentí morirme y cerré los ojos.
Sin embargo no esperé lo suficiente cuando abrí los ojos. Él se encontraba subiendo las escaleras para acomodarse en una de las mesas del segundo piso junto con esa mujer que llevaba colgada de su brazo de traje oscuro.

Me moví muy nerviosa. Desde la altura donde se estaba ubicando él, era mayor la posibilidad de que me viera hacia abajo, con mi papá y los demás presentes. Apreté los dientes, con la pizca y ridícula esperanza de que él no escaneara el lugar para toparse con la mesa que yo estaba desde hace un par de horas.

No lo fue, pues se sentó cerca del barandal, dándome la absoluta espalda de su traje. Sentí alivio. Sentí que respiraba. Pero no me sentí tan tranquila.

─Iré al baño. Con permiso.

Me levanté a prisas sin dejar que ellos se pusieran de pie en el debido tiempo. Fui hacia las escaleras donde me llevaba directo al baño. Una vez ahí volví a recargarme sobre el lavabo por segunda vez en la noche. La noche donde según estaba transcurriendo de manera normal.

Me miré al espejo detenidamente. Los recuerdos de la fiesta de la graduación volvieron a mi memoria, haciéndome sentir muy avergonzada, volviendo a sentir esa sensación cuando lo vi cerca de esa mujer. Había invadido su privacidad sin querer hacerlo, sin siquiera saberlo. Y aunque no era mi culpa, seguía sintiéndome avergonzada hasta la fecha. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que sentirlo de ese modo? Era una situación en la que mi propia conciencia me decía que era estúpido sentir eso.

Concisamente Mío, Pero Eternamente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora