30. Recuerdo latente

20 9 22
                                    

.
.
.
.
.
Martes, 4 de Enero de 1994.

9:47 AM

─¿Te encuentras bien, Narella?

Enfoqué la atención hacia Bob. Este me miraba y supe que estaba molesto, en espera de alguna contestación de mi parte.

Además del trabajo tan pesado que se me vino encima ─y no sólo para mí─, sufrí algún tipo de parálisis de sueño el día de ayer. Estuve en vela por lo que restó la noche hasta que dieron las siete de l mañana para entrar al Hospital. Y no era eso lo que me perturbaba. No, en realidad no me sentía de esa manera, más bien sentía estar fuera de mis cinco sentidos. Era Marlon el causante.

─Estoy bien ─respondí y quité la mano que recargaba la barbilla ante unas hojas dispersas por el escritorio.

─No lo estás. He estado leyendo en voz alta, y voy por segunda vez con la misma pregunta.

Busqué entre las hojas para distraerme para que no siguiera preguntándome si estaba bien.

─¿Qué me toca leer?

Entonces Bob bajó las hojas desordenadas entre mis manos. Lo miré.

─¿Tienes problemas? Porque te encuentras tan aturdida con tus propios pensamientos que hasta te olvidas de respirar. Bueno, casi.

Ladeé la cabeza con la ceja arriba.

─No me pasa nada. El horario me pone de mal humor. Tengo unas ganas de dormirme en todo el día. Pero no puedo.

─Te debo un favor. Puedes irte al dormitorio a dormir y yo te llamaré cuando sea la clase con el Dr. Green.

Negué repetidamente con la cabeza.

─No puedo. Debemos estudiar esta sección del libro. No quiero una reprimenda de su parte.

─Narella, lo de las preguntas al azar no es para hoy. Simplemente volveremos a repasar porque debemos atender a nuestros pacientes que nos dejó a cargo. Ayer nos dijo que hoy nos daba dos horas más para tener un poco más de tiempo con ellos ─explicó mientras guardaba su pluma sobre el bolsillo delantero de la bata blanca ─. Y noto que no pusiste atención.

─Lo siento ─fue lo único que expresé.

─Pierdes lamentándote. Te aconsejo que te duermas para estar más activa ─me quitó las hojas que estaba por agarrar.

─Bob, de verdad...

─Nada, nada. Yo te llamo.

Me puse de pie y salí de la Sala De Descanso, no sin antes de bufar frente a su orden como amigo. Me restregué un poco los ojos para estar un poco más despierta. Caminé por el pasillo y llegué a los casilleros y por los dormitorios de los otros residentes hasta llegar al mío. Una vez accediendo, azoté medianamente fuerte la puerta, y llegué a la cama en posición fetal con mi cabello sobre la cara.

Feliz Año Nuevo, señorita Narella.

Su voz era una maldición para mi mente.

Tomé la primera prenda que tenía justo a lado de la almohada y me tapé la cara aún con el cabello encima.

Necesitaba olvidarlo. Sus miradas. Sus palabras. Sus gestos. Sus toques. El baile. TODO. Eso era lo que me enfurecía, porque lejos de estar confundida, ofendida siquiera, o hasta avergonzada por tener esa falsa creencia de que yo podía haber provocado tal cosa, me enfurecía en todo su esplendor. Y lo que más enfurecía era que ya había hecho un análisis minucioso de la situación, pues con efectividad tenía la razón: me sentí de todo menos incómoda con él.

Concisamente Mío, Pero Eternamente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora