37. Tercer indicio

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Alzó el intercomunicador y pronunció un lugar no muy lejos, pero que conocía, aunque nunca había ido por falta de tiempo. Y como si de una coincidencia se tratara, había atinado perfectamente el lugar que buscaba cenar esta noche. Sólo que pensé que sería con Bob.

La limusina se detuvo, después la puerta se abrió para bajarse él, ofreciéndome su mano. La tomé, y por poco estábamos frente a frente como lo habíamos estado en varias ocasiones. Sin embargo, retiré la mano y caminé hacia al frente de la estancia.

Nos ubicaron en una esquina, lejos de los invitados, pero cerca de una pintura de Da Vinci, Cabeza de Mujer. Claro, la pintura original se encuentra bajo los cuidados de la Galería de los Oficios, en Florencia.

─Con permiso, voy al baño.

Se puso de pie y pasé al baño, que estaba del otro lado de la estancia. Al llegar al aparador, me quité el saco, sorprendentemente había tenido una ola de calor, así que me mojé las manos para refrescar mi cuello y la clavícula.

No recordaba que traía el cabello semirecogido, pero el foco se me prendió al querer provocar el último indico de esta noche, que sin querer se estaba volviendo confortablemente bueno.

Volví a ponerme el saco, verifiqué mi maquillaje y salí de los baños. Ahí estaba él, y estaba en espera de que volviera a sentarme en la mesa, pues en cuanto me acerqué, se puso nuevamente de pie y me cedió el lugar. Me pasé y prolongué la distancia a uno considerable.

─¿Ordenamos?

─Claro que sí.

El mesero llegó a los minutos, y pedimos algo que no fuera tan pesado. En realidad, lo que quería en ese momento era alcohol en mi sistema, para enfrentarme a lo que está noche estaba dispuesto para mí.

─Sé donde quedarme ─hablé, captando su atención ─. En el departamento de mi amigo Bob.

Asintió con la cabeza.

─¿Cuándo volverá el Dr. Hammer?

─No lo sé, creí que se lo había consultado a usted.

─No. El Dr. Mosser debe saber.

El mesero se apareció con un vino tinto, en el que sirvió primeramente al Dr. Redford, y éste saboreo el producto. Asintió con la cabeza y volvió a servirle, luego sirvió a mi copa correspondiente.

─¿Brindamos? ─estiró la copa hacia el centro de la mesa, mirándome linealmente.

─¿Qué brindaremos, Dr. Redford? ─imité su acto, fracasando mi aparente seguridad.

Me sonrió con encantamiento.

─Por algo que siempre ha estado presente entre nosotros. ¿Sabe de lo que hablo?

─¿Amistad? ─dudé fuertemente.

Negó con la cabeza.

─Fascinación, Narella ─suavemente chocó la copa con la otra ─. Salud.

¿Tercer indicio, Narella?

Entonces sentí que iniciaba a armar mi cuerpo con valor.

─¿Hoy decide tutearme?

Dejó su copa sin perderme de vista.

─Si tú lo quieres, así será.

─¿Y eso a donde nos llevaría?

─¿Y tu curiosidad a qué se debe? O mejor dicho, tu temor.

Tomé un breve sorbo, para pensar en una simple respuesta.

Concisamente Mío, Pero Eternamente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora