23. Atención primaria

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Miércoles, 7 de Julio de 1993.
10:30 am.

El día de antier fue guardia, de veinticuatro horas en total. Solo había descansado tres horas, en el primer guardia lo había dividido en tres descansos de solo una hora. Al final de mi turno había logrado dormir tres horas.

No había imaginado que empezaría la primera semana con guardia, y todo el turno la pasé en conjunto con Enfermeros y un Residente que conocí: Bob Hamer. Era de piel casi de tono fantasmagórico, y sus ojos negros atraían bastante cuando iniciaba una simple conversación con él. No era hijo de alguien conocido como mi padre, pero pude percibir ese potencial que raramente percibía en los demás estudiantes, ese hambre de ser un servidor para la humanidad.

Durante los breves descansos que llegamos a tener Bob y yo en la Unidad De Hospitalización Breve me contaba que tenía una hermana que estaba haciendo también su residencia en el hospital, pero de Enfermería. Me preguntó si la conocía, le respondí que no, pero que me gustaría mucho conocerla.

Me sentía extraña. Por muchos años, (desde que empecé mi carrera de Medicina para ser exactos), había tenido esa firme idea de que, si no había logrado formar una simple amistad con quien fuese, menos iba a ser tan fácil tener siquiera una chispa de compañerismo con alguien una vez iniciara la Residencia Médica en Viena.

Había sido lo contrario. ¿Era emocionante? Lo era bastante, haciendo que imaginara ciertos escenarios de fantasía en mi mente sin evitarlo. Pero me detenía a tiempo, si las cosas se daban, bien para mí. Si no era el caso, bien para mí también. Aquí lo único que debía importarme por sobre todas las cosas de manera verdadera era realizar mi residencia.

Salí del baño una vez que había vaciado la vejiga y fui a mirarme al espejo mientras me lavaba las manos. Comencé a observar mi bata blanca, luego me encaminé hacia las letras bordadas de negro, sonriendo de lado al ver mi apellido. Estiré la blusa verde holgada que tenía puesto y me acomodé el pantalón negro de algodón para después terminar de acomodarme mi cabello.

Salí al pasillo A, fui hacia los elevadores y presioné el botón. Las puertas se abrieron y me metí, llevándome al segundo y último piso del Hospital Universitario Foster. Varios residentes ya estaban ahí, entonces reconocí a Bob, que hablaba con otro muchacho del que yo no conocía, así que me acerqué.

─Hola, Bob ─saludé con la mano.

─Hola, Narella. ¿Qué tal? ─se acercó a darme un beso en la mejilla con familiaridad ─. Te presento a Oswald, un compañero de la carrera en Canadá. Oswald, te presento a Narella, viene de Chicago.

Oswald, unos rulos impresionantes le caían sobre la frente y un diminuto bigote que lo hacía llamativo a su persona, me saludó estrechándome la mano.

─¿Qué tal, Narella? ─brevemente me miró de abajo hacia arriba.

─¿Vienes de Canadá como Bob? ─pregunté sin pensarlo mucho.

─Como bien lo dijo acá mi amigo ─dio un seco golpe al hombro de Bob, quien había distorsionado un poco la cara para disimularlo después.

Asentí con la cabeza y apreté los labios sin mucho interés de mi parte.

─Su padre es Elliot Avnet.

Pegué la mirada hacia Bob, queriendo casi regañarlo.

─¿Elliot Avnet?

El rostro de Oswald cambió, viéndose como un tonto ante mí.

─Como lo oyes ─respondí en el tono como él me había respondido.

Concisamente Mío, Pero Eternamente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora