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Al convertirse en adulto, Taemin había tomado varias decisiones respecto a cómo pretendía vivir su vida. Seguía la Regla de Oro: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran», y no utilizaba sus tarjetas de crédito si no tenía lo bastante para cancelar el saldo al mes siguiente.

Y tampoco salía con hombres que estuvieran en el ejército.

Su vida no estaba dominada por un montón de restricciones. Todo lo importante y necesario quedaba cubierto por esas normas, relativamente sencillas.

Se preguntó por qué, entonces, había accedido a cenar con Choi Minho. De inmediato, se recordó despreciándose, que el título apropiado era alférez de navío Choi.

—¿Por qué? —preguntó en voz alta, mientras apilaba papeles al borde de la mesa con la fuerza suficiente para doblarlos por la mitad.

—Cielos, no me lo preguntes a mí —contestó con una mueca traviesa. Después de pasar el día entrevistando a solicitantes de empleo, hablar con uno mismo en voz alta se consideraba un comportamiento aceptable.

—Se supone que voy a verlo esta noche, ya sabes —dijo Taemin con voz grave y pensativa. Si hubiera habido una manera fácil de escapar, la habría utilizado.

Si Minho no lo hubiera besado, nadie le había dicho que besar podía ser algo tan placentero. Primero le habían temblado las rodillas, luego su voluntad de hierro se había derretido, formando un charquito gris a sus pies. Antes de darse cuenta de lo que hacía, había caído gustoso en la trampa de Minho. Era típico de un marino centrarse en el punto más débil y atacar.

Alejando su vieja silla de roble del escritorio, Kibum se recostó en el respaldo y estudió a Taemin con la cabeza ladeada.

—¿Sigues lamentando haber aceptado cenar con ese monumento de hombre? Bonito, créeme, deberías estar dando gracias al cielo.

—Es militar.

—Lo sé —Kibum hizo girar un bolígrafo entre las manos mientras, con ensoñación, dejaba que su mirada se perdiera en la distancia. Su rostro adquirió aspecto complacido cuando dejó escapar un largo suspiro. —Me lo imagino vestido de uniforme, en posición de firmes. Ay, con eso basta para que se me acelere el corazón.

Taemin se negó a mirar a su amigo. Si Kibum quería a Minho, podía quedárselo. Por supuesto, su amigo no estaba realmente interesado, ya que llevaba una década casado con Jonghyun.

—Si se me ocurriera una excusa plausible para librarme de la cita, lo haría.

—Debes de estar de guasa.

—Cena tu con él —replicó Taemin, que hablaba muy en serio.

Kibum movió la cabeza de lado a lado.

—Créeme, si tuviera cinco años menos, aceptaría esa oferta.

Teniendo en cuenta que el matrimonio de Kibum estaba pasando por momentos difíciles, a Taemin no le pareció necesario recordarle a su amigo que salir con otros hombres no era lo más recomendable.

—Relájate, ¿quieres? —le ordenó Kibum.

—No puedo —Taemin guardó la grapadora y varios bolígrafos en el cajón del escritorio—. Por lo que a mí respecta, esta noche va a ser una total pérdida de tiempo —podría haberla dedicado a hacer algo importante como como la colada o contestar su correo. Era típico de su mala suerte que Minho hubiera sugerido el miércoles por la noche. El martes era la primera clase de «Mujeres en transición» del nuevo trimestre. El jueves daría la segunda sesión. Como era de esperar, Minho le había pedido que salieran precisamente la noche que tenía libre.

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