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El teléfono estaba sonando cuando Taemin abrió la puerta esa tarde. Corrió a la cocina para contestar, con el corazón latiendo como una máquina de vapor. Rezó porque fuera Minho y no se rindiera antes de que él llegara al teléfono. Mientras cruzaba la casa corriendo, se maldecía a sí mismo porque se moría por oír el sonido de su voz, anhelaba cada migaja que él estuviera dispuesto a ofrecerle, por más que se había jurado no hacerlo.

Había ido al aeropuerto con él, le había dado un beso de despedida y después se había quedado allí esperando hasta que su avión tomó velocidad en la pista y se elevó en el aire, alejándolo de él.

Como un tonto, se había quedado allí una eternidad, recriminándose por lo mucho que Minho le importaba. Y en ese momento estaba volviendo a hacer lo mismo.

Corriendo por su casa como un loco, arriesgándose a tropezar y caerse por llegar al teléfono, y encima rezando por que fuera Minho quien llamaba.

—Hola —contestó jadeante. Casi arrancó el teléfono de la pared por el ansia de llegar a tiempo.

Mientras recuperaba el aliento, se vio obligado a escuchar una campaña de ventas de una empresa de limpieza de alfombras.

Para cuando colgó el auricular, Taemin temblaba de irritación. No porque estuviera enfadado con el vendedor, sino porque no había sido Minho quien llamaba.

Se había marchado hacia dos semanas, y había hablado con él dos veces desde entonces. También había recibido un puñado de cartas, pero, aunque apreciaba cada una de ellas como un tesoro, en esa segunda tanda de correspondencia faltaba algo importante. Algo que Taemin no conseguía definir. Todas las cartas estaban llenas de detalles de su vida, pero tenía la sensación de que Minho se estaba reservando una parte de sí mismo, protegiendo su corazón de forma similar a como él estaba escuchando el suyo.

Taemin también le había escrito unas cuantas veces, pero siempre tenía cuidado con lo que le contaba. Cualquiera que leyera sus cartas supondría que Minho y él no eran más que buenos amigos.

Después de que él se marchara por segunda vez había batallado consigo mismo sobre lo correcto o incorrecto de continuar con una relación a larga distancia. A lo largo de los años se había prometido muchas veces que no permitiría que algo así le ocurriera a él, sin embargo: ¡había iniciado una relación con un miembro de la Marina! Sus principios se habían desvanecido como arena superficial en una inundación. La experiencia le había demostrado que Minho no renunciaría a él y, la verdad, no tenía la fuerza suficiente para romper los lazos por sí mismo.

Su plan era desaparecer gradualmente de su vida. Pero la estrategia había salido mal. Cada día se descubría anhelando noticias suyas, convencido de que esa separación era mucho más difícil que la anterior.

...

Taemin soñó con Minho esa noche. Él había ido a buscarlo a la cama, donde estaba acurrucado y caliente, echándolo muchísimo de menos. Se había metido bajo las sábanas y lo había abrazado con los ojos expresando su necesidad. Había capturado su boca y sus besos habían sido apasionados y hambrientos.

Al principio Taemin había intentado resistirse; no quería que los besos se hicieran más profundos por miedo de dónde podrían conducir. Gradualmente, sin que Minho dijera una sola palabra, había notado cómo se abría a él. Se sentía perdido en la maravilla de sus brazos, y él parecía igualmente absorto en los de él. Ambos parecían al borde de reencontrarse, de alcanzar el paraíso.

Su cuerpo se había colocado sobre el suyo, con la piel ardiente y suave como el terciopelo. Las prendas que los separaban parecían haberse disuelto en el aire.

Pieles desnudas y calientes se habían encontrado y ambos suspiraron con el misterioso júbilo que les provocó ese sencillo placer.

Las manos de Minho lo acariciaban con dulzura y suavidad. Sus besos le robaban la cordura y cuando se movió sobre él, entreabrió los muslos y gimió su bienvenida.

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