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Era el hombre más guapo del bar y no dejaba de mirarlo.

A Lee Taemin le resultaba difícil no admirarlo con sus ojos marrón café.

Estaba sentado en un taburete, de espaldas a la exposición de botellas de licor decorativas. Apoyaba los codos en el brillante mostrador de caoba y tenía una botella de cerveza alemana de importación en la mano.

En contra de su voluntad, Taemin volvió a mirarlo. Parecía estar esperando que el le prestara atención y sus labios se curvaban con una sonrisa sensual. Taemin desvió la mirada rápidamente e intentó concentrarse en lo que estaba diciendo su amigo.

— Jonghyun y a mí.

Taemin no tenía ni idea de qué se había perdido.

Kibum tenía la costumbre de charlar sin descanso, sobre todo cuando estaba disgustado. La razón de que Taemin y su compañero de trabajo estuvieran allí era que Kibum quería hablar sobre los problemas que estaba teniendo en su matrimonio, que ya había durado diez años.

El matrimonio era algo que Taemin tenía intención de evitar, al menos durante bastante tiempo. Estaba concentrando sus energías en dar una clase titulada «Mujeres en transición», dos noches a la semana, en la universidad popular de Busan. Con un máster en la mano, rebosante de ideales y entusiasmo, Taemin había solicitado trabajo como asesor de empleo en el Programa de Acción Comunitaria del Condado King y había sido contratado. Trabajaba fundamentalmente con mujeres rechazadas o abandonadas, de las cuales el noventa por ciento dependía de subsidios sociales.

Su sueño era dar esperanza y apoyo a aquellas personas que habían perdido ambas cosas. Ofrecer amistad a quienes carecían de amigos y animar a seres descorazonados. Sin embargo, el auténtico amor de Taemin era el curso «Mujeres en transición». Durante esos últimos años había observado la metamorfosis que convertía a muchas mujeres perdidas y confusas en mujeres adultas con objetivos, motivadas y resueltas a aprovechar una segunda oportunidad en la vida.

Taemin sabía que el mérito o el fracaso en la transformación que veía en la vida de esas mujeres no se debía a el. Tan solo formaba parte del Comité de Métodos y Medios.

Su padre le tomaba el pelo, diciendo que su hijo mayor estaba destinado a convertirse en una especie de mezcla de Florence Nightingale y la Madre Teresa de Calcuta: una persona tenaz, determinada y llena de confianza en sí misma.

Lee Jinki sólo tenía razón hasta cierto punto. Taemin no se consideraba, en absoluto, un ejemplo que luchara contra las injusticias del mundo.

Taemin tampoco se engañaba en cuanto a sus finanzas. No pretendía hacerse rico, al menos en cuestión monetaria. Nadie se dedicaba al trabajo social por dinero.

Trabajaba muchas horas y las compensaciones eran esporádicas, pero cuando veía que la vida de la gente cambiaba a mejor, se sentía muy gratificado.

Había nacido para ayudar a otros en los duros momentos de transición. Había sido su sueño desde que empezó a estudiar y había seguido vivo durante toda la carrera y hasta que obtuvo su primer empleo.

—Taemin —dijo Kibum, casi en susurros—, hay un hombre en la barra que no deja de mirarnos.

—¿Sí? —Taemin simuló no haberlo notado.

Kibum removió su daiquiri de fresa y después chupó la punta de la varita, mientras estudiaba al atractivo hombre que bebía cerveza de importación. Esbozó una sonrisa lenta y deliberada, pero no le duró mucho. Soltó un suspiro.

—Le interesas tú.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Porque estoy casado.

LCMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora