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—Vamos, Taemin —urgió Kibum—. Estamos en diciembre. Anímate un poco, ¿quieres?

—Estoy animado —respondió él, aunque era una exageración. Conseguía vivir cada día, y llevaba haciéndolo varias semanas, desde la última vez que había visto a Minho. El sufrimiento emocional había sido intolerable al principio, pero, tal y como esperaba, su intensidad había disminuido. Aun así, había contado con estar mucho mejor a esas alturas.

Se recordó que lo que él había querido era poner punto final a su relación con Minho. Casarse con él habría sido el mayor error de su vida. Era sorprendente cuántas veces al día se sentía obligado a decirse eso.

—¿Qué te parece ir a hacer unas compras navideñas después del trabajo? —sugirió Kibum.

—Gracias, pero terminé de hacer las mías la semana pasada. —Taemin agradecía la oferta, pero, por más que lo intentaba, no conseguía armarse de entusiasmo por las fiestas. Las multitudes le irritaban y odiaba sentirse impaciente y gruñón cuando toda la gente que lo rodeaba estaba llena de alegría y buenos sentimientos.

¡Era una patraña! Taemin siempre había adorado las vacaciones navideñas.

Por más que intentaba no hacerlo, no podía dejar de preguntarse por Minho. Si estaría aún en Jeju, si habría empezado a salir con alguien, si era feliz.

Con fuerza de voluntad, Taemin conseguía evitar pensar en él durante el día. Cada vez que su mente se centraba en el teniente, cambiaba de inmediato a otro tema: la paz mundial, gelatina picante, tijeras. Cualquier cosa que no fuera Minho.

Después, cuando estaba a punto de sumirse en el bienvenido vacío del sueño, era mucho más vulnerable. Estaba en duermevela, a medio camino entre dos mundos, y Minho aparecía casualmente en su mente.

No hablaba; ni una vez había pronunciado una palabra. Se limitaba a estar allí de pie, alto y erguido. Vestido con su uniforme. Orgulloso. Fuerte. Deseoso.

Taemin intentaba hacer que su imagen desapareciera. Más de una vez se había sentado de golpe en la cama y exigido que saliera de su mente. Siempre lo hacía, desde luego, pero cuando volvía a tumbarse se arrepentía de que hubiera desaparecido.

Pero había habido una mejoría, si podía llamarse así. Los episodios en los que se despertaba en mitad de la noche, llorando sin razón aparente, habían desaparecido. Sin embargo, no era mucho consuelo por los largos días y las noches solitarias que esos inexplicables episodios habían provocado.

Taemin y Kibum salieron juntos de la oficina. El aire estaba cargado con un ambiente de júbilo navideño. Se oían campanitas en todas las esquinas.

Las tiendas estaban decoradas con ramas de hojas verdes, que se extendían de puerta en puerta, formando ondas. Las farolas estaban adornadas con enormes campanas de plástico rojo. Taemin pasaba junto a todo ello, sin apenas fijarse en nada.

—Llámame si cambias de opinión —dijo Kibum, antes de encaminarse en dirección opuesta.

—Lo haré, gracias. —Pero Taemin ya tenía planes para esa tarde. Iba a ir a casa, acurrucarse delante del televisor y ver comedias hasta que llegara la hora de acostarse. No era nada inspirado ni emocionante, pero esa noche sólo podía enfrentarse a una cena tranquila y a una sesión televisiva. Tras meses de dar cursos de aceptación y bondad para con uno mismo, Taemin se había empeñado en seguir sus propios consejos.

Entre su correspondencia había tres tarjetas navideñas. La primera era de Taeyeon, una vieja amiga de la universidad. Taeyeon se había casado el año anterior y la tarjeta incluía la feliz noticia de su embarazo.

—Taeyeon con un bebé —musitó Taemin en voz alta, recordando claramente la época en la que ambos habían estado convencidos de que su destino era seguir solteros el resto de su vida.

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