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Taemin no podría haber desconcertado más a Minho si hubiera anunciado que era un alienígena de Marte.

—Yo pensaba... asumí que nosotros... ya sabes —Minho no tartamudeaba así desde que estuvo en tercer curso de primaria. Las palabras se le aturullaban en la lengua y no podía decirlas correctamente.

—Yo suponía que querías hacer el amor. —Las mejillas de Taemin estaban rojas como cerezas.

—Y quiero. —No podía discutir ese punto. Estaba medio loco de deseo por el desde el día que habían ido al zoo. Las largas semanas de separación sólo habían servido para acrecentar ese deseo aún más.

—Si quieres hacer el amor, entonces ¿por qué estamos aquí de pie, discutiendo sobre una cosa tan tonta como el matrimonio? —Taemin cruzó los brazos sobre el estómago y miró todo lo que lo rodeaba en la cocina; lo miró todo excepto a él.

—No estamos discutiendo. —Al menos no lo estaban aún. Minho tardó unos minutos en recuperar el sentido común. Para conseguirlo, tuvo que dejar de mirar a Taemin. Tenerlo tan cerca y tan deseoso era una tentación más que suficiente. No podía desviar la vista de él sin que le doliera. Sus manos pugnaban por tocarlo, abrazarlo, darle todo lo que le estaba pidiendo y mucho más.

Tenía la cabeza inclinada y su postura, con los brazos protegiendo su cintura, hacía que afloraran todos los instintos protectores que Minho poseía.

—Si no estamos discutiendo, entonces ¿por qué estamos... ya sabes... esperando?

Minho se estaba haciendo la misma pregunta. No podía engañarse al respecto, lo deseaba. Estaba increíblemente precioso, allí de pie en el centro de la cocina en combinación, con la piel tan pálida y suave como la de un bebé. Aún tenía que probar y acariciar demasiados lugares de su cuerpo; demasiado que enseñarle y que aprender de él.

La frustración física se hacía cada vez más dolorosa y, por más que lo intentaba, Minho no podía dejar de pensar en lo que él le estaba ofreciendo.

Anhelaba llenar sus palmas con su pecho, tomar sus pezones con la boca y dejar que le satisficiera de formas que aún no se sentía capaz de apreciar o comprender por completo. Deseaba sentir sus piernas rodeando su cintura y enterrarse en su calor húmedo hasta llegar a lo más profundo de su alma. Anhelaba todas esas cosas con una pasión que amenazaba con consumirlo y, en un instante, supo que no podía aceptarlas.

—Vístete, Taemin.

Él parpadeó atónito y captó un destello de dolor en sus bellos ojos marrones.

—¿Por qué? —exigió él.

—Creo que hemos llegado a un punto muerto, querido. —Intentó que su voz sonara indiferente y casual, pero era una pose, y muy frágil.

—¿Estás diciendo que te niegas a hacerme el amor sólo porque no estoy dispuesto a casarme contigo?

—No exactamente. No estamos preparados para hacer el amor; no cuando aún hay entre nosotros tantas cosas sin resolver —dijo él, pensando que si no se daba prisa en hacer lo que le había pedido, tendría la posibilidad de descubrir lo precarios y débiles que eran sus principios en realidad.

—¿Qué... qué quieres decir? —Llevó la mano a su blusa y Minho contuvo un suspiro de alivio. Ya estaba empezando a arrepentirse de su decisión. Le había hecho daño, lo había avergonzado por ofrecerse a él y eso era lo último que había pretendido. Al contrario, había creído que se estaba portando como un noble y virtuoso caballero.

La rodeó con los brazos e introdujo los dedos entre su cabello.

—No pretendía avergonzarte —susurró—. Te quiero, Taemin.

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