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—¿Por qué estás tan enfadado? —exigió Minho, sin comprender a Taemin. Estaba siendo tan honesto como podía, y Taemin lo miraba como si acabara de anunciar que era el asesino del hacha.

—Lo sabes lo sabes —fue hacia el armario, sacó dos tazones y los dejó en la encimera con un golpe tan fuerte que podría haberla partido—. Desde el principio has sabido lo que siento con respecto a los hombres que pertenecen a la Marina.

—No te he engañado —le recordó él, con el tono de voz más razonable que pudo—. Sabías desde el principio que era una misión corta.

A regañadientes, Taemin le contestó con un abrupto movimiento afirmativo de cabeza.

Lo que más molestaba a Minho era haber tardado tanto en hacer lo que su amigo Lee Jinki le había pedido: ver cómo estaba su hijo. Si Minho se hubiera puesto en contacto con él la primera semana de su llegada a Busan, muchas cosas podrían haber funcionado de otra manera.

—Aquí tienes tu café —Taemin lo dejó sobre la mesa de cristal y el líquido caliente se desbordó por los bordes del tazón.

Él apartó una silla tapizada en color crema y se sentó. Rodeó la taza con las manos mientras esperaba, dispuesto a darle a Taemin el tiempo que necesitara para analizar sus sentimientos.

Tardó bastante más de lo que él esperaba. Paseó por la cocina diez o quince minutos, parando dos veces, y sus ojos revelaban su confusión y sus dudas. Ambas veces lo miró fijamente, como si hubiera cometido crímenes innombrables. Después de un rato sus rápidos pasos se hicieron más lentos y empezó a hablar consigo mismo, farfullando algo incomprensible.

—¿Estoy perdonado? —preguntó Minho, cuando se sentó al otro lado de la mesa, frente a él.

—Claro —contestó Taemin ofreciéndole una sonrisa débil—. ¿Qué hay que perdonar?

—Me alegra que pienses así —pero teniendo en cuenta el abrupto cambio en su comportamiento, Minho no las tenía todas consigo.

—Conocerte ha sido una experiencia interesante —fue cuanto dijo Taemin.

—¿Puedo verte mañana? —preguntó Minho, que sentía lo mismo que él.

—Estaré ocupado.

Minho frunció el ceño y una sensación de vacío se concentró en la boca de su estómago.

—¿Haciendo qué?

—No creo que eso sea asunto tuyo.

—Pero sí lo es —protestó él, consciente de lo que se avecinaba—. Si vas a ir a la iglesia, iré contigo. Si has prometido ayudar a un amigo a hacer una mudanza, cargaré cajas —si Taemin creía que los irlandeses podían ser testarudos, era porque aún no se había enfrentado a la sangre alemana que corría por sus venas.

—Minho, por favor no hagas esto más difícil de lo que ya es. No puedo cambiar lo que soy por ti. Te dije desde el principio que no quería mantener relaciones con nadie que perteneciese al mundo militar, y lo decía en serio. No sé por qué no puedes aceptar eso. Y ni siquiera quiero saberlo. Vas a marcharte y, en el fondo, me alegro. Es lo mejor.

—Estoy destinado en Icheon. No esta tan

—No tengo ninguna intención de volar a Icheon a pasar un fin de semana ocasional, y tampoco puedo permitírmelo, así que no lo sugieras.

—Sólo iba a sugerir que me gustaría que tú y yo llegáramos a conocernos mejor —intentó hablar con desapego, aunque no había un hueso en todo su cuerpo que sintiera indiferencia por Taemin. Lo afectaba más que ninguna de las personas que había conocido. En general, era él quien buscaba la forma de concluir una relación.

LCMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora