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De pie sobre el puente, con unos binoculares en las manos, Minho oteaba milla tras milla de mar abierto. El horizonte lo marcaba una infinita extensión de cielo azul y sin nubes. El viento era fuerte y cargado de un intenso aroma a sal y mar. Minho inhaló varias bocanadas de aire fresco.

Era su segunda semana navegando las aguas del Pacífico. En general a Minho le gustaba estar de servicio en el mar. Una parte especial de su alma encontraba la paz cuando se encontraba rodeado de agua. Se sentía apartado de la frenética actividad de la vida en tierra, situado en un lugar y un tiempo en el que podía reconciliarse consigo mismo y con su mundo.

Minho agradecía estar en el mar, sobre todo en ese momento, teniendo en cuenta cómo habían ido las cosas con Taemin. Los siguientes meses le darían el tiempo necesario para sanar.

Taemin había salido de su vida. Pero aún lo quería. Era muy probable que siempre sintiera algo muy especial por él. Había analizado sus sentimientos miles de veces, con la esperanza de adquirir cierta perspectiva. Había descubierto que la profundidad y la fuerza de su amor no eran lógicas ni razonables. Taemin había dejado clara su opinión desde el momento en que se conocieron, pero él, egoístamente, había ignorado sus palabras y se había enamorado de él de todas formas. En consecuencia, le tocaba trabajar como un diablo para sacárselo de la cabeza.

Taemin había rechazado de plano su propuesta de matrimonio. Al principio, después de que se lo pidiera con una rodilla en el suelo, él se lo había tomado a la ligera, alegando que era el alcohol quien hablaba, no él. Minho le había asegurado lo contrario. Lo amaba lo suficiente para querer pasar el resto de su vida con él.

Quería que fuera padre de sus hijos y que envejeciera a su lado. Entonces Taemin se había puesto serio y había empezado a sollozar suavemente. Al menos Minho había preferido creer que lloraba, aunque Taemin había intentado convencerlo de que se estaba riendo por lo inverosímil que era que ellos encontraran la felicidad juntos.

Él había alegado que su propuesta era un último esfuerzo desesperado por su parte, y en ese sentido era posible que tuviera razón. El miedo a perderlo lo había consumido desde el momento en que había recibido sus órdenes. Y lo cierto era que no se había equivocado.

Así que Taemin estaba fuera de su vida. Había hecho cuanto estaba en su mano, habría dado casi cualquier cosa por conseguirlo, pero no había funcionado. En retrospectiva, podía adoptar una actitud pragmática con respecto a su relación. Era hora de seguir adelante. Curarse. Crecer. Hora de interiorizar lo que había aprendido de la experiencia de amarlo.

De una cosa estaba seguro. Minho no pensaba volver a enamorarse en un futuro cercano. Dolía demasiado.

La brisa adquirió más fuerza y el aire le azotó el rostro. Entrecerró los ojos, mirando al sol, más empeñado que nunca en borrar a Taemin de su mente.

...

La filosofía de vida de Taemin era relativamente sencilla. Se tomaba las cosas día a día y trataba al resto de la gente como esperaba que lo tratasen a él. Sus reglas de no salir con nadie que formase parte del mundo militar y no utilizar sus tarjetas de crédito en exceso eran una mera manifestación de cuánto se conocía a sí mismo.

Se preguntó por qué, entonces, había comprado un piano de cola.

Taemin se había hecho esa pregunta más de diez veces en los últimos días. Un sábado por la tarde había estado paseando inocentemente por el centro comercial, mirando escaparates. No tenía ninguna intención de hacer una gran compra. Había entrado en una tienda de música, a buscar una cinta de casete de uno de sus músicos favoritos y se había detenido ante el reluciente piano de caoba.

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