Tensiones fuera de serie II

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Las palabras de Michel se escuchaban como un panal de abejas, pero su sabor era igual de dulce a la miel que protegían.

Las luces del amanecer bailaban en la superficie del agua de la tina. El objeto era blanco, liso, la forma de pera lo suficiente grande para contener a dos hombres adultos con piernas estiradas. El chorro brillante caía de la llave de una manera que recordaba a Sung a los riachuelos de los alrededores del Ávila, tantas veces interrumpidos por sus dedos en las excursiones de su curso.

Parpadeó, la memoria de esos años era un trozo de cemento en los últimos meses. En una perspectiva que no permitía ver ni montañas ni los múltiples parques que seguro existían alrededor, la mera idea de enormes árboles y de aire fresco se volvía menos real que sus visiones. El sonido de las explosiones, el sabor de la sangre, incluso el brillo de un collar eran más palpables que el canto de los pájaros de sus sueños. ¿Siquiera podía llamarlos como tal? Existían detalles de esos días inocentes imposibles de recordar en la distancia.

—¿En qué estás pensando, pajarillo?

La voz lo sacó de sus pensamientos, la imagen de los bosquecillos montañoso desvaneciéndose en el aire y deslizándose al dejar paso a las paredes de cerámica y baldosas grises, blancas y algunos toques de color azul en distintas zonas. La tina, el lavamanos y el trono eran de un mismo color blanco, la misma calidad de alta gama. El espejo completo junto a la ducha todavía brillaba por la novedad. Sung parpadeó, solo la mitad de su figura reflejándose, la otra parte de su rostro oculta por el límite del espejo.

Movió la cabeza en dirección a donde el hombre esperaba la respuesta a su pregunta. La expresión en su rostro seguía igual de calmada y pacífica, pero la chaqueta estaba doblada en una de las mesas y la visión de un pecho lleno de músculos se asomaban en la camisa entreabierta. La nube de confusión todavía dominaba sus pensamientos cuando abrió la boca.

—En una montaña de mi hogar. —Sin evitar la conversación, se giró otra vez al espejo para abrirse las ropas. Las telas se deslizaron al suelo en un susurro, el frescor de la habitación era su única protección cuando unos brazos lo sujetaron alrededor de la cintura y el calor de un aliento estremeció los pelos de su cogote.

Al igual que el miedo que lo poseyó durante la visión del ataque terrorista, así lo tomó la emoción de experimentar el cariño del hombre. Michel era igual a un hurón, de apariencia amable y de acciones graciosas, pero al final un animal salvaje con sed de sangre.

—¿Qué haces? —Logró susurrar en pleno jadeo, la sombra de la presencia de Bianco presente en él pese a la ausencia de sus puños. Las paredes del baño eran mucho más grande que la celda de sus primeros días, aún así mucho más pequeña que el cielo de su infancia. El nudo en su garganta se ajustó alrededor de las palabras de quejas, de los pensamientos lógicos que no querían seguir por ese camino.

Por toda respuesta, el mafioso continuó su toque. El tacto de la piel contraria era más suave que la seda, los círculos en su estómago tan delicados que Sung tuvo que sujetar sus pensamientos para enfocarse. La relación entre asco y deseo era un perfecto equilibrio en el centro de su estómago.

Sin embargo, ¿a dónde podría escapar cuando se encontraba tan desprotegido? Incluso a medio vestir, Michel poseía una presencia difícil de ignorar. El miedo estaba en igual medida que en la lujuria de sus caricias.

Sung no debía olvidar que era otra de los escalones en la escalera de la vida de Michel. Sexo, amor, regalos, todo lo que deseara lo obtendría si estaba dispuesto a obedecer.

—Hay muchas montañas en este país que pueden pelear con esas de tus pensamientos, mi querido Sung. En los Nuevos Territorios, aquí a nuestro alrededor, sin irnos tan lejos. —Sus labios encontraron el espacio entre su hombro derecho y su cuello, el sonido de la succión irreal contra el chapoteo del agua calentándose—. Mi tío y Bianco seguro se lanzarán a alguna de ellas, en la casa más cercana a Tai Mo Shan.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora