Conspiración II

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Otra nota se deslizó por debajo de la rendija cuando terminaba de limpiar los restos del almuerzo: ramén instantáneo con todo lo que pudiera echar en la sopa. Sus dedos estaban pegajosos con el jabón, agua goteaba de sus uñas y crearon círculos donde tomaron el papel. Incapaz de respirar bien por la hinchazón en su estómago, giró la misiva para volver a encontrarse con unas palabras.

Estaré en la periferia averiguando la exactitud de una información. No salgas por los siguientes dos días. Las puertas del edificio están vigiladas.

El vidente negó. El mensaje recibió el mismo tratamiento que el papel de la mañana, confeti en medio de plásticos con sangre y palillos desechables. Se sacudió las manos en el pantalón para quitarse las manchas nuevas de tinta, pero solo acertó a extender las líneas en la tela. Gruñó.

Pese a ello, podría ser peor. Lo único positivo de esa necesidad del dramatismo era el seguro de que Dalmacio no se aparecería en un tiempo. Por ende, tampoco los clientes en sus distintos niveles. Incluso en las reuniones de miembros más importantes de ese lado de la sociedad, la figura envuelta en negro rondaba los pisos inferiores. Sung sospechaba que también era dueño de varios negocios y de edificios circundantes, el negocio de la carne la fuente principal de muchas otras igual de deleznables para el draconiano hombre. Nada se le escapaba al cretino, las marcas de los productos en su alacena de los más baratos y a compra por bulto.

Negó. No tenía tiempo para elucubraciones. Su departamento estaba hecho un asco y tenía cita con el único invitado que estaba ansioso por ver. Se dio suaves palmadas en el rostro, se sujetó el cabello en un moño alto y se colocó los guantes para la limpieza profunda que le llevaría el resto de la tarde.

Afuera, el sol se movió en un ritmo más lento a la velocidad del joven en su torbellino de limpieza. Dejó la cocina brillante y como nueva, los pisos de la sala y del comedor libres de manchones, vació los envases plásticos en la zona de reciclaje de la terraza. Se aseguró de que la grasa fuera erradicada y que, pese a la apariencia grisácea que las luces daban al departamento, la atención se quedara en las alfombras de diferentes tonos de rojos, las lámparas de negro y los bonitos muebles de líneas pulcras, ahora limpios de cualquier rastro de basura.

Frente a la puerta, las bolsas de basura se duplicaron cuando el vidente se deslizó a su habitación privada. No recibiría a Michel en el lecho donde otros hombres abusaban de su cuerpo, en el mismo sitio en el cual aún veía la sonrisa torcida de Bianco. La cama era muy cómoda, el ventanal daba a una terraza y al cielo azul, si hacía buen tiempo. Pero, si olvidaba cerrar la puerta, Sung solo veía sombras de sonrisas lánguidas invitándolo a entrar con el movimiento de su dedo índice. Rumores de palabras y de ligeros sollozos se escuchaban en la hora más callada de la noche, de arañazos contra la puerta como si un animal quisiera escapar.

Sung bajó la mirada al salir del pasillo de las habitaciones, las bolsas en sus brazos en exceso pesadas. Con dificultad, las dejó en la entrada junto al resto de los residuos. Se secó el sudor de la frente, listo para dirigirse a la habitación para cambiar las sábanas cuando los golpes en la puerta se escucharon por tercera vez en el día. Irritado, pasó en medio de las bolsas y abrió, dispuesto a gritar a los chicos que ese día debían conformarse con sus manos, cuando se encontró con una cara familiar.

La sonrisa de Michel era tan brillante como bellas eran las rosas en el ramo entre sus manos. Enormes gotas de agua se deslizaban en el terciopelo de los pétalos, las hojas largas de un verde tan brillante que parecían falsas. Sung bebió el discreto blanco de los "velos de novias", compañía de las seis flores tan grandes como sus puños. El papel de arroz crujió en sus brazos al recibirlo, sus palabras por completo perdidas. En hombre sonrió, imposible de ocultar su propia complacencia.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora