Consecuencias de las acciones I

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Sung se excusó en ganas de aguas mayores para separarse de los brazos de Bianco. El hombre se ladeó en el colchón y se arrebujó en la colcha, su respiración pronto transformándose en una serie de ligeros ronquidos. Sung no encontró signo del monstruo que se encontraba frente a él, solo de un hombre bastante dulce y tierno. El vidente deslizó las cortinas del lecho, asilándolo del mundo, atrapándolo en sueños.

Sus pasos no hicieron ruido. En medio del claro de las luces de los otros edificios, su figura desnuda era fantasmagórica mientras caminaba al baño con un atado de ropas. Cerró la puerta, pasó el seguro y se vistió en silencio. Evitó el espejo, las marcas de agarres en brazos y piernas suficiente evidencia del último suceso. Cubrirlas no serviría de nada. Conocía suficiente a Bianco para saber que no tendría una reacción normal.

En esos minutos, el cansancio era una parte más de su cuerpo. Se recostó de la pared, la frente contra la fría superficie. Alivio, tranquilidad o alegría era lo que esperaba experimentar al tomar las llaves, pero solo deseaba quedarse así y olvidarse de las peleas. Cerró los ojos. Aspiró y suspiró varias veces. Debía luchar unos meses más. Sobrevivió lo peor, no debía rendirse ahora.

Reunió el resto de sus fuerzas y sacó el objeto que había envuelto en sus ropas. El teléfono era el mayor secreto de ese departamento. Encendió el aparato. Era demasiado tarde para llamar, pero sí escribió un resumen de todos los sucesos de las últimas horas. De la implicación de Dalmacio en la pelea por el territorio, de los secretos a destapar por su propia mano. También reveló la localización de Bianco, así como la expectativa de padre e hijo por atenderlos y protegerlos mientras las cosas se calmaban. Tanto escribió que el mensaje se volvieron siete u ocho, los caracteres imposibles de contener sus propios pensamientos.

Aún así, ninguna de las conversaciones se han dirigido a la localización de mi padre. Sé que me pagaste la visión de Amatista, pero necesito información nueva sobre él. No creo que estén cumpliendo su parte del trato. Mi padre está muy viejo. Prometo darte algo a utilizar en tu cruzada para conquistar la ciudad.

El vidente ni siquiera bajó el teléfono cuando llegó una sola palabra en respuesta.

Hecho.

La palabra se reflejó en las pupilas, el rostro del joven pálido y ausente. En esa vida no existían los amigos, solo los aliados de mediodía. Sung comprendía bien esa verdad, no la hacía menos dolorosa. Se observó en la superficie brillante del piso, mirada perdida en el infinito de pensamientos cada uno más oscuro que el otro.

Al final, se lavó los dientes y el rostro tras ocultar de nuevo el teléfono entre sus ropas. Tranquilo y con la expresión ausente por el aburrimiento, anduvo hasta los límites de la habitación. Se asomó sin entrar, la figura de Bianco ahora visible. Se había sentado, jugaba con su teléfono con una expresión de tranquilidad. Los hombros de Sung dolían a su pesar, mas su figura cerró tras de sí al entrar.

No se subió enseguida a la cama. En el tocador encontró pinza y un espejo magnificador, así como crema para el rostro y algodones. Abrió el cajón de los calcetines mientras tarareaba, sacó un par y envolvió el teléfono con facilidad y naturalidad. Guardó el paquete sin voltearse. Al acomodar otra vez los objetos en sus brazos, se sentó junto a Bianco para sacarse los pelos de la cara.

Aguardó, su atención aparente en la versión ampliada de su piel y en las raíces que no lograba alcanzar. De reojo, poco claras, veía las imágenes de la pantalla. Fotografías de personas desconocidas, sitios a los cuales solo soñaba por visitar. Incluso vídeos que Bianco comentaba con gifs, frases en su lengua madre o repartía me gustas como si le pagaran por ello. Sung aguardó unos minutos a que se inmersara en su propio entretenimiento para tocarse el estómago.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora