Doble cuchilla II

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—Ah, nos levantamos graciosos. ¿Ah? ¿Quieres que te vuelva a romper la muñeca?

El mafioso apretó la mandíbula as su amenaza, su respiración escapándose entre los dientes como los de un lobo al amenazar a su presa. Lo que era Michel estaba ahora escondido tras la rabia. El enfermo dio cuenta de las señales, sus instinto inmediato encogerse en la cama. Cayó en cuenta enseguida que era una tontería y se relajó en su asiento.

¿A dónde iba a correr? Con dificultad lograría llegar al rellano de la puerta antes de que alguno de los hombres lo alcanzara. Era un desperdicio de energía solo imaginar un plan de escape. Encogió los hombros.

—¿Y qué más? ¿Vas a seguir golpeándome hasta que te ruegue clemencia? Ningún golpe va a traer a Bianco o a Dalmacio de vuelta. —Michel apretó los puños, Sung continuó—. No hay más qué hacer. Solo debes cuidarte de las ventanas y seguir el camino de tus ambiciones.

—Puedo causarte mucho más dolor antes de apagar tu vida, Sung. No me provoques, esto... —Señalando sus heridas, los restos del desayuno en la bandeja de madera— Podría ser tu nueva rutina hasta la muerte.

—Así que nunca pensaste en soltarme...

Michel sonrió, la amargura única expresión alegre en el estado mental en el que se encontraba.

—¿Cómo? ¿Por qué? Eres único en tus habilidades. He investigado sobre ti, Sung. Tu nacimiento cumple los rasgos de un antiguo ritual... —La mirada de Michel chispeaba—. De todos los poderes posibles tras estos pasos, tienes el ojo del futuro. Del antiguo dios romano de las puertas.

—Por Dios... —Sung rodó los ojos. Era increíble que ese hombre le atrajera tanto antes. Al verlo bien, solo su asqueroso interior era visible—. ¿Qué estupidez balbuceas ahora? Mi madre murió cuando nací, no fui resultado de ningún aquelarre...

Michel continuó, sordo de cualquier idea lógica o realista mientras gesticulaba. Su atención estaba más lejos de allí, en los libros donde había escuchado la voz de su madre en medio de mitologías de otros tiempos.

—... Jano... El dios del futuro y del pasado, de la buena fortuna. Jano...

Sung abrió los ojos al máximo en la primera mención del nombre que tantas veces lo acosaba, que aprendió de niño antes de balbucear «papá». Deseó confusión producto de su cansancio. «Debió decir Julio, Jonas...» se atrevió a pensar. A la segunda alegación, el vidente intentó tragar y calmar su propio corazón para no desmayarse.

Por supuesto que sabía la historia del antiguo dios. En cuanto aprendió a escribir, buscó en internet y devoró toda la información respecto a esos sueños. Proyección astral, problemas psicológicos, drogas... Lo más cercano a los sucesos diarios era una lista de astrólogos y de lectores de cartas, pero tras leer unos cuantos testimonios se dio cuenta de la falsedad de la mayoría.

Jano no era un dios que se buscara con normalidad en ese lado del mundo. Michel estaba enloquecido más allá de lo usual. El miedo de Sung era ahora muy palpable. ¿Cuánto tiempo llevaba buscando en el mundo alguna pista de que la mitología era verdadera? ¿Cuántos años aferrándose a esos relatos para sustituir el espacio de su madre?

Sung le pasó la bandeja del desayuno, interrumpiendo la conversación al empujarla contra su pecho. Michel se calló, abrazándose al objeto por inercia.

—Estás mal de la cabeza... No quiero escuchar más esto, solo vete...

Michel negó. Sacó su propio teléfono, presionando la pantalla hasta que encontró que le buscaba. Mostró la pantalla, acercándola justo a la altura de su rostro.

—Sabes que tengo razón... Te escuché en las grabaciones... —Presionó el botón de pausa, los números un conteo en retroceso.

En cuanto comenzó la grabación, Sung perdió el control de sus sentimientos y se desbordó en llanto. Su propia voz era un susurro en medio de lo que debía ser el silencio de la noche. Ajena a lo que estaba acostumbrado en grabaciones, el vidente entendió al fin por qué todos se asustaban al escucharlo conversar en medio de una visión.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora