Descubrimientos de primer orden

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Las memorias de la comida junto a Michel parecían a veces tan increíbles como las visiones. La conversación de las infancias de cada uno, la combinación de historias con sus respectivos padres, incluso los momentos donde ambos se sonreían uno al otro sin decir nada. Con los brazos cruzados en el pecho, sábanas y cobijas en un nido a su alrededor, la presencia de Michel colgaba sobre él como una promesa y una amenaza. Se tocó los labios, la calidez de los ajenos una huella hasta que volvieran a encontrarse.

La mera posibilidad lo estremeció de una forma maravillosa. Y, al mismo tiempo, lo horrorizó. Aspiró con toda la capacidad de sus pulmones. Se sentó de un salto, una tormenta en medio de la habitación. Sin volver a dejar que las garras del deseo se cerraran alrededor de su cuello, se lanzó a buscar el mat de yoga y lo abrió en medio de la habitación.

Entre los libros de su lector electrónico encontró un manual de yoga bastante completo, así que sus mañanas y sus noches las complementaba con movimientos, sesiones cortas para regular su respiración, ayudar a los músculos que ya no recibían el suficiente estímulo entre cuatro paredes. A veces, en medio de alguna sesión, las actividades de la oficina interrumpían sus posturas con una visión, las posibilidades de lesionarse subiendo a niveles terribles.

Por eso, ahora que estaba seguro que nadie se encontraba cerca, era mejor empezar sus prácticas. Se quitó la primera y segunda capa de ropa, quedándose solo en la túnica interior. Se sujetó los cabellos en un nido de negrura, horquillas para evitar que los mechones cayeran sobre su rostro al probar las posturas más extrañas.

Antes de comenzar su sesión del día, pese a ello, calentó sus músculos en una sesión rápida de calentamiento. Además, incluyó tablas, abdominales y sentadillas. La circulación de la sangre, así como el aroma a sudor, recordaba a su mente que seguía vivo, que debía pelear por su destino y no dejar que nada se interpusiera frente a él. Solo cuando se sintió en una piscina de agua caliente, se irguió en la mat para seguir la rutina.

Durante una hora, sus ideas se enfocaron en la propia actividad. De niño, sus intereses nunca fueron el deporte. Aparte de las excursiones con su padre, sus inclinaciones eran permanecer en las habitación de casa y leer los múltiples libros de la casa. En su vida diaria, las consolas electrónicas solo eran opción si compartía con sus primos. En cambio, las historias, las antologías, los tomos manchados de color ocre, estos siempre cubrían de arriba a abajo el espacio de su habitación.

Encontraba algo de consuelo en ese encierro obligatorio ahora que poseía comodidades. De reojo, mientras se encontraba en un puente boca abajo, el color del nuevo biombo cubría la totalidad de su vista. Al revés, las ramas de los cerezos parecían los dedos largos de una bruja, o la sonrisa sin dientes de un infante siniestro. Los brazos temblaron al mantener el control de la respiración. Cerró los ojos, negándose a ceder a sus propios terrores hasta finalizar ese ciclo.

«Respira, aspira. Respira, aspira, mantiene» la blancura de su mente se mantuvo incluso cuando al fin terminó savasana y la totalidad de sus músculos estaban tan sueltos como un fideo recién cocido. Aspiró, una ligera sonrisa con los tintes de cansancio y de tranquilidad. Acarició su estómago, el resquicio de paz empujándolo a tomarse una corta siesta.

Pasaron al menos dos horas en semi espera de los cambios del día. Solo se levantó cuando el cuello le dolió por la postura, su espalda y sus glúteos con incómodos cosquilleos. El ritual de su siguiente paso era lo mismo de forma diaria. Quitarse la ropa, lavarse con extremo cuidado para secarse y vestirse a la espera de una visita que seguro no llegaría.

Al sentarse otra vez frente al escritorio lleno de papeles y de cuadernos, estiró la mano a la botella agua a medio beber. Dio un sorbo, su atención a las motas de polvo revoloteando alrededor de las ventanas entreabiertas. El haz de luz calentaba las superficies, el color de los objetos ajeno por completo a sus propios pensamientos.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora