Doce

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My mind says: No, you're no good for me
You're no good but my heart's made up on you
My body can't take what you give to me
What you give, got my heart made up on you

—Heart Made Up On You, R5. 

Capítulo Doce: Dione.

No me separé de Conrad en ningún momento desde que cruzó las puertas del hospital. Apenas me percaté vagamente de que Hank había desaparecido en algún punto. Supongo que habría ido a ayudar a la operación.

Me miré la palma de la mano, las yemas de los dedos, donde aún podía sentir el ritmo fantasma de su pulso, como una melodía que se había impreso en mi mente y que tenía la sospecha de que no sería capaz de olvidar fácilmente. Podía recuperarla, naufragar en ella, en su simplicidad y magnetismo. Apreté hasta formar un puño y un suspiro deformado escapó de mis labios.

Ezra me dirigió una mirada de reojo, intrigado.

Estábamos en la horrible sala de espera y me encontraba enclaustrada entre las piernas de Ezra y Conrad, apenas ocupando mi propio asiento debido a su estrechez y a la considerable anchura de hombro de los integrantes del grupo. Subí los pies al borde de la silla, abrazándome las rodillas. El rubio movía incontrolablemente las dos extremidades inferiores y toda la fila vibraba a causa de su ansiedad irrefrenable.

Rick estaba clavado con una mirada ausente en las puertas cerradas por donde alguien tenía que salir a darnos información. Había perdido de vista a Bryce y eso solo añadía capas de preocupación a mi precario estado. Me sentía más... liviana desde lo del ascensor, pero tendría que llorar durante un año entero para exteriorizar la magnitud de estrés, frustración e impotencia que toda la situación me suscitaba.

Nadie tenía aplomo suficiente para hablar.

O las palabras que encontraban sonaban vacías y ridículas, así que prefería no pronunciarlas.

El silencio nos envolvió y apretó, constriñéndonos como una serpiente a su presa moribunda. Conrad, pálido, se mordisqueaba a los nudillos y mis náuseas habían regresado cuando comprendí que la única opción que me quedaba en ese momento era la peor; esperar, sin poder hacer nada más. 

No era una persona especialmente entrenada en el arte de esperar. Y mucho menos cuando había tanto en juego. En una partida en la que no tenía cabida y que se orquestaba dolorosamente lejos de mi control.

Noté la presión del hombro de Ezra sobre el mío y giré la cabeza, solo unos centímetros, porque mi atención estaba casi enteramente absorbida por la misma puerta que mantenía a Rick en trance y que Conrad contemplaba como si estuviese planteándose derribarla a puñetazos. El moreno me arqueó las cejas y sus ojos azules se clavaron en los míos con un peso significativo.

Sacó su teléfono del bolsillo de la cazadora de piel. Yo ni siquiera recordaba donde dejé el mío, debía estar en algún rincón del piso de Bryce. Al ver mi expresión aturdida una sonrisa suave hizo amago de aparecer en su rostro, mientras deslizaba los dedos por la pantalla para meterse en la aplicación de música.

Se me aflojó un poco mi sobrecargado corazón cuando comprendí sus intenciones.

Modulé un gracias con los labios mientras aceptaba uno de los auriculares inalámbricos y me lo ajustaba a la oreja. Ezra eligió una canción y mi mente renunció a una parte ínfima de la ansiedad para focalizarse en la melodía. Para mí cada canción era un organismo vivo y como tal, lo escuchaba respirar. Y su respiración guiaba a la mía. 

Las puertas acristaladas se abrieron de nuevo y los padres de Bryce atravesaron el umbral. Conrad se puso en pie como un resorte y yo lo habría hecho de no sentirme tan débil físicamente. Nos localizaron de inmediato. La mirada de la madre de Bryce me cerró la garganta y durante un larguísimo segundo no fui capaz de tomar aire. 

UltravioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora