Diez

2.6K 208 81
                                    

We were supposed to be just friends// I think there's been a glitch, oh, yeah

—Glitch, Taylor Swift. 

Capítulo 10. Dione.

—Estás estupenda, amiga.

Enarqué las cejas despacio, aceptando la taza de café que me calentó la yema de los dedos, mientras consolidaba mi posición retrepada en el sofá.

—Espera al menos que tenga una gota de cafeína en el cuerpo para cebarte conmigo —pronuncié, apoyando los labios en el borde de porcelana y tomándome unos segundos para cerrar los ojos y gruñir, somnolienta.

—¿Por qué debería? Siempre has sido proclive al trato duro.

El amago de una sonrisa me distrajo de mi instante de retrospección y la enfoqué a través de mis pestañas enredades. Bryce sonrió coqueta suavizando mi humor sombrío tras acumular demasiadas horas despierta. Apenas había dormido durante el minúsculo intervalo de media hora cuando mi gata Lana se puso a maullar como una descosida. Ezra ni se inmutó mientras yo me arrastraba penosamente a consolar al felino con problemas de apego ansioso.

Después me resultó imposible volver a conciliar una migaja de sueño y permanecí buen parte de la mañana mirando el techo de mi cuarto, mecida por la respiración pausada, profunda y familiar del chico y los ronroneos dispersos de Lana.

—En otros contextos —defendí, dando el primer sorbo al café.

—Sé a qué contextos de refieres —cruzó las piernas y las comisuras de sus labios se curvaron aún más con un matiz burlón—. Ahora empieza a hablar y no seas una mojigata con los detalles.

—¿Delante de Jake? —señalé con la cabeza al niño que dormitaba en su minicuna, con una manita regordeta sujetando el pulgar de su madre.

—Podrá soportarlo.

—¿Hablas por él?

—Al menos hasta que empieza a hablar por su cuenta —entrecerró los ojos—. Sé que estás ganando segundos a lo tonto. El pasado no cambia, aunque pospongas el hecho de exponerlo. Así que, procede.

—¿A exponerme? —me hice la confundida, solo para sacarla un poquitín de quicio.

Pero Bryce lo asimiló con entereza.

—Puedes desnudarte, si lo prefieres.

—Tengo una duda —. Seguí el contorno redondeado de la taza con el índice, recogiendo unas gotitas del líquido y después me lo llevé a los labios—. Si alguna vez cedo a tus insinuaciones, ¿qué harás?

La chica se encogió de hombros y su sedosa melena negra con mechas malvas se desparramó hacia delante. Llevaba un camisón de satén y un cárdigan extragrande, de lana, que le llegaba casi hasta las rodillas, muy a diferencia de la prenda que usaba para dormir.

—Estropearte para siempre, una vez que me pruebes no necesitarás más doctores Cañón. Ni a Ezra —puso una mueca de repulsión que me hizo sonreír.

—Suena como la decisión más inteligente que puedo tomar.

—Eres terrible tomando decisiones, cariño. Pero yo te quiero igual —se inclinó hacia delante para darme unas palmaditas afectuosas en la cabeza. Fue un gesto irónico, pero aun así me arrastré hacia el contacto. Mi gata no era la única necesitada de mimitos cuando estaba cansada—. Bébete el café y cuéntame el chisme antes de que este señor de aquí —con un sutil movimiento de la barbilla señaló al bebé— se despierte pidiendo teta.

UltravioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora