I can feel the flames on my skin
He says, "Don't throw away a good thing"
But if he drops my name, then I owe him nothin'
And if he spends my change, then he had it comin'
—I Did Something Bad, Taylor Switf.
Capítulo 8. Dione.
Fue indescriptible.
Sentí como me hacía trizas por segunda vez cuando sus ojos se clavaron en los míos y el placer quebró el muro en las profundidades de sus dilatadas pupilas. Se abalanzó sobre mí con una rabia abrumadora que me arrancó un nuevo gemido, incoherente, mientras su cuerpo daba los últimos bandazos.
Fue un instante de íntima debilidad.
De la más cruda liberación.
Su rostro mientras se corría con la garganta tensa me derritió el cerebro. El sol calcinó mis alas de barra y me precipité al vacío, aunque era físicamente imposible. Mi cuerpo era un manojo inservible, aquel había sido el polvo más salvaje de mi vida y no existía un mínimo hueco entre nosotros. Los músculos del brazo de Hank estaban tensos y solo fui capaz de pensar cuando cerró los ojos.
Todo volvió a su sitio.
Había sentido un subidón imprudente en el escenario, algo que no había experimentado en los ensayos y que me tomó desprevenida. Algo que me poseyó e hizo que cantara toda la canción mirándole a los ojos, prendiéndome fuego a mí misma.
Cuando Ezra había avanzado hacia mí en el escenario podría haberme abalanzado sobre él.
A la mierda la gilipollez de quitarme el vicio.
Pero entonces él apareció, como convocado por el mismísimo dios de la lujuria y lo vi claro.
El aliento brotó de mis labios de forma inestable cuando mi espalda resbaló sobre la pared y Hank se retiró de mi interior, la fricción lanzó un espasmo por mis sensibilizadas terminaciones nerviosas y fui terriblemente consciente del silencio. De como se adhería a mi piel pegajosa.
Seguí cada uno de los movimientos del médico, como se quitó el preservativo, lo anudó y tiró en una de las papeleras. Si antes parecía la personificación de los pecados más suculentos sobre la faz de la tierra, ahora su aspecto era más obsceno, con el pelo hecho un desastre, los pantalones y calzoncillos enredados en sus tobillos y la camisa desabotonada.
Con las piernas temblorosas me acerqué al único lavabo que había, para comprobar mi propio reflejo, al tiempo que introducía las manos por los tirantes del vestido que se había aflojado en la parte de la espalda. La tela no era de las que se arrugaban, pero aun así podía adivinarse el trato recibido.
—Déjame a mí —la voz ronca de Hank tronó a mis espaldas.
No protesté cuando se hizo con las finas cuerdas, con dedos ágiles. Podía sentir su roce sobre la espalda mientras aún notaba todo mi cuerpo palpitar por su causa. Había dejado un esclarecedor rastro de marcas rojizas por mi cuello. Mi piel era así, pero verlas fue un duro mazazo para el decoro que había demostrado no poseer. Las tanteé con la yema de los dedos y cuando alcé los ojos me topé con los de Hank, puestos en mí a través del espejo.
Sus labios se curvaron en una basta sonrisa petulante y un orgullo oscuro relució en sus ojos.
Algo primitivo y cafre.

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Ultravioleta
Genç KurguElla era una llama. Y él la avivó sin saber que los dos arderían, pero ¿cómo evitarlo cuando su nombre suena tan bien en sus labios? Él era una idea terrible. Y ella pudo verlo, pero ¿cómo resistirse si su pulso era la melodía más fascinante que ha...