Once

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Felt my mind break into pieces
I was fading into dust
Then you grabbed me with your madness
And you woke me up

It started with a bang

//

Sentí que mi mente se rompía en pedazos
Me estaba desvaneciendo en polvo
Entonces me agarraste con tu locura
Y me despertaste

Empezó con una explosión

—So Damm Into You, Vlad Holiday

Capítulo Once: Hank. 

Su risa aflojó el ambiente y me calmé dentro de mi propia piel. Había perdido la compostura, solo durante un segundo, pero sucedió y el autodiagnóstico no era de mi agrado, así que cuando se rio, lo dejé pasar y ese pequeño instante de debilidad se diluyó en el aire cargado del ascensor. Como si nunca hubiera existido. 

Dione suspiró y se peinó los mechones rosas hacia atrás, aún le temblaban un poco los dedos, pero poco a poco su rostro iba recuperando el color y sus ojos ya no transmitían ese pánico atroz, ni se contraía como un animalillo por el estrés amínimo roce. 

La observé en silencio, de cuclillas, mientras se recomponía.

Tampoco es que hubiese demasiado que mirar dentro de aquellas insulsas cuatro paredes. O eso fue lo que me dije para justificar el meticuloso examen que realicé de su persona. Prestando escrupulosa atención a cada detalle, movimiento y gesto. 

Llevaba una sudadera, al menos tres tallas más grandes, en la que se perdía y unas mallas de deporte que se ajustaban a sus piernas como una segunda piel. Se estaba recogiendo la melena teñida en un moño que le quedó flojo y acentuó ese aire desaliñado que traía consigo desde que puso un pie en el hospital. Todo en ella indicaba que había salido corriendo con lo puesto. Sin dudar. Y la tensión que fue postergando durante la crisis encontró su forma de estallar y arrastrarla hasta la esquina de aquel ascensor. 

Se paseó la lengua por los labios mordisqueados, humedeciéndolos y noté un sutil pinchazo en el estómago. De ansia. De ganas. De avaricia. 

Para distraerme destrabé mi mirada de su boca y bajé hasta toparme con sus pies, embutidos en calcetines dispares, de distinto color y estampado. Una sonrisa se filtró en mis labios y sacudí sutilmente la cabeza para que se desvaneciese. Joder, era adorable.

¿Adorable?

Me puse en pie, recriminándome por semejante gilipollez de pensamiento.

Dione alzó la barbilla, intrigada por mi movimiento que quedó algo brusco y me miró desde su posición, aún sentada en el suelo, cargando cierto matiz de indefensión y sumisión, debido a todos los centímetros que nos distanciaban y lo brillantes y grandes que estaban sus ojos a causa del llanto. Un rugido de algo del todo inoportuno clamó en mi pecho, queriendo hacerse notar, reclamando. 

Lo ignoré, con maestría, y le tendí una mano, como justificando el hecho de ponerme en pie tan de improviso. Aunque eso fuese una estupidez, no necesitaba justificar nada a nadie. Dione aceptó mi ayuda y sus dedos tibios se deslizaron por mi palma, cerré los míos en torno su muñeca y tiré con suavidad hasta que quedó vertical por completo y sus rodillas se estabilizaron. No la solté de inmediato, no me fiaba de su estabilidad tras lo devastador de su ataque de ansiedad. Pero Dione se mantuvo firme y mi mano siguió sin soltarla. Ella tampoco hizo un amago por retirarse y el enlace no se rompió. 

—¿Mejor? —el traidor de mi pulgar dispensó una caricia sobre su piel cuando el interrogante fue volcado al aire.

Dione no apartó sus ojos de los míos al responder:

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