My heart just dropped
Thinkin' about you
—Fire For You, Cannons
Capítulo 9. Hank.
Las llaves hicieron un ruido metálico cuando las tiré de cualquier manera sobre el destartalado mueble del estrecho recibidor. Había amanecido, pero la luz era insuficiente para maniobrar sin tropezar con los envases de cartón que apilaba cerca de la puerta en un vago intento de recordarme a mi mismo que debía tirarlos.
Pisoteé unos cuantos, en mi camino hacia la cocina, bostezando contra la palma de mi mano. Apenas contaba con un par de horas antes de tener que presentarme de nuevo en el hospital. La cabeza me latía, por la falta de sueño.
Una mueca se filtró en mis labios al rememorar lo penoso de las últimas horas. Tuve que arrastrar el trasero borracho de Caleb a un taxi mientras soportaba las reflexiones ebrias de Cassie que no dispensó la decencia necesaria para cumplir mis expectativas y se mantuvo alejada de los dardos. Un tremendo fracaso era una forma de simplificar la noche.
Me pasé la lengua por los labios resecos, recibiendo una puñalada traicionera por parte de mi mente.
¿Un fracaso?
Obvié lo tremendamente familiar que me sonaba la voz de mi conciencia a la que me había acostumbrado a ignorar de forma sistemática y minuciosa. No es que considerase echar un polvo como un sinónimo aceptable de éxito. De lo contrario sería un cabrón de lo más exitoso y no un pobre interno en la puta cuerda floja.
Empujé todo aquello al fondo de mi mente mientras me inclinaba sobre la nevera que se abrió, yerma, frente a mí. Parecía un campo de batalla del que han retirado ya los cadáveres y solo quedan restos dudosamente identificables.
Joder, de puta coña.
Al menos me quedaba café. Podía subsistir un par de horas a base de un buen chute de cafeína, ya comería en el hospital. Si tenía tiempo. Mientras la cafetera burbujeaba escribí en una nota adhesiva que debía hacer la compra, ignorando los papelitos arrugados de la encimera con anotaciones similares.
Recliné los antebrazos sobre la encimera y cerré los ojos, un instante. Solo necesitaba que el mundo se detuviese un segundo para acomodarme. Había cometido suficientes estupideces por una noche y si no quería repetirlo debía hacer un análisis clínico de lo acontecido.
Dione Lennox.
Supe desde el principio que era una idea nefasta acercarme a ella.
Me lo había dejado claro en el ascensor ese fatídico día.
Yo no era de los que se quedaban sin palabras, no era un buen síntoma que me pusiera en jaque tan deprisa.
Fui consciente cada puñetero segundo, pero pequé de tomar decisiones con la polla.
Y por muy extendida que estuviera la opinión de que era un acto muy habitual en mí, solía ser bastante calculador en cada decisión que tomaba. Me gustaba la sensación de control que ejercía sobre mí y los demás. Procedía igual de cuidadoso en mi vida que en el quirófano, con un plan o al menos una noción. Sabía en que punto me encontraba y qué quería conseguir.
El café me sacó de mi abstracción cuando alcanzó tal temperatura que empezó a derramarse. Maldije con desgana y lo aparté del fuego con cuidado. Prácticamente lo absorbí antes de arrastrar los pies hacia la ducha.
Mi cuarto no exhibía mejor aspecto que el resto del apartamento, con la cama deshecha y los libros de consulta diseminados por todas partes. Conservaba los dibujos de anatomía y tenía toda una pared empelada con ellos, recortes de revistas médicas, notas adhesivas con alguna anotación de cierta patología, mapas mentales, esquemas con diferentes grados de detalle.

ESTÁS LEYENDO
Ultravioleta
Roman pour AdolescentsElla era una llama. Y él la avivó sin saber que los dos arderían, pero ¿cómo evitarlo cuando su nombre suena tan bien en sus labios? Él era una idea terrible. Y ella pudo verlo, pero ¿cómo resistirse si su pulso era la melodía más fascinante que ha...