Cuatro

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You got that medicine I need
Dope, shoot it up, straight to the heart, please
I don't really wanna know what's good for me
God's dead, I said, "Baby, that's alright with me"

—Gods and Monsters, Lana del Rey.

Capítulo 4. Dione.

—No es justo —protesté, con un deje de incredulidad—. Es... imposible.

La señora Harper me obsequió con una sonrisa taimada y rechazó mi protesta con un elegante gesto de hombros.

—Las cartas son las que te toca, querida.

Miré mi baraja con resentimiento.

—El azar no me favorece.

—La suerte es esquiva, cierto es —continuó, recogiendo con calma las cartas dispersas por las sábanas. Le tendí las mías, con un mohín en los labios—. Pero no te obsesiones con eso. Puedes tener una mano terrible y aún así, es cuestión de estrategia.

—Y de suerte —rebatí—, si te sale una combinación ganadora ni siquiera puedo intervenir. Las cartas favorecen hasta un extremo que no se puede suplir con una buena estrategia, no mienta.

La mujer se rio.

—Querida, deberías parar o empezarás a sonar resentida. Y el mal perder es poco atractivo. Sobre todo, para los hombres que están acostumbrados a ganar, no les des más motivos para sentirse orgullosos.

Esta vez fui yo quien me encogí de hombros.

—No me importa resultar poco atractiva para esa clase de tíos —la señora Harper se puso a repartir y hundí un poco las cejas—. Son de los que no merecen la pena. Y... desgraciadamente los que suelo atraer y viceversa.

—Bah —hizo un gesto de desprecio con la mano—, no es que tengas mal gusto, querida, es cuestión de probabilidad. Abunda lo malo, por lo que es mucho más fácil toparte con eso que con algo que merezca la pena. Con los años o te vuelves más idiota o más espabilada. La segunda opción es deprimente —miró sus cartas por encima del borde de sus gafas de pasta de un amarillo chillón y empezó a colocarlas, despacio—, porque ves lo mal que está realmente —bufó—, hombres.

Sonreí mientras me concentraba en mi puñado de cartas, no era pésimo como el anterior, pero seguía lejos de lo que se consideraría un golpe de suerte.

—¿Está usted casada? —pregunté, señalando con el mentón lo que parecía una alianza de boda en uno de sus hinchados dedos.

—Estuve —fue su respuesta, despistada, como si hablásemos de la climatología.

Me enderecé un poquito, sintiendo la punzada de la curiosidad.

—¿Se divorció?

—No me dio tiempo el cabrón, murió antes —sonrió, con suavidad y sus ojos se empañaron de recuerdos—. Enviudé hace ya más de una década, antes de que pudiera resultarme desagradable. Lo era, a veces. Tenía sus defectos, pero... seguía amándolo cuando pasó.

—Lo siento.

—Nada, nada, niña, es una herida cicatrizada ya. Mejor concéntrate en tus cartas si no quieres encajar una nueva tunda —me amenazó y dejó la primera de sus cartas sobre las sábanas.

Me tuve que morder la lengua para no continuar indagando en detalles escabrosos. Era mi compañera de cuarto en el hospital y apenas llevábamos un día conviviendo, era un pelín extralimitarse preguntar cosas como las causas de la muerte de su difunto marido. Tampoco me había animado a preguntarle el motivo por el cual estaba ahí.

UltravioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora