Tan frío cómo el hielo del Cocitos

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  Sus pasos adentrándose en la oscuridad macabra del extenso pasillo, detrás suyo, cada piedra perfectamente colocada, mirando inquisitivamente cada centímetro del traicionero piso, con la misión de evadir cada obstáculo que se le atravesara en su andar.

La temperatura del lugar comenzaba a penetrar cada vez más profundo entre las capas de su blanca piel, ayudando a que la rigidez se apoderada a pasos agigantados, de cada extremidad de su cuerpo; por otro lado, aquel frío abismal no surtía efecto alguno en las llamas de la rabia, que lo consumían, burlonamente de manera lenta y retorcida.

"Dices eso, pero ¿realmente él desea lo mismo?"

Palpitaciones en sus sienes se hacían cada vez más intensas, de un momento a otro, un agudo, empero molesta palpitación en sus sienes, martillaban cruelmente.

No sabía cómo se habían dado las cosas para llegar a ese punto.

Las caricias de deseo que el mismo Hades le había dado se sentían enteramente como una prueba justificable como ambos compartían una inevitable atracción mutua, lo hacían sentirse deseado por él, haciéndole sentir a su alma completa. Cada momento en que habían estado así de cerca, esa misma conexión lo embriagaba nublándole su cordura, haciéndole sentir que, por fin, había encontrado aquel lugar al que verdaderamente pertenecía.

Fuera la Tierra, el Olimpo o el Inframundo, cualquier lugar era perfecto exclusivamente porque estaba él.

Imaginar aquel hermoso rostro sonrojado, su erótico cuerpo desnudo retorciéndose debajo de su cuerpo, mientras sus finos y sensuales labios dejaban escapar sus deliciosos gemidos, era algo que siempre disfrutaba, sin embargo, ver entre esas imágenes con Poseidón o su padre, siendo quien lo viera, quien lo tocara, quien provocara esos sonidos y esas expresiones, provocaban cada fibra de sus extremidades tensarse; inyectando sus ojos en sangre, opacando ligeramente el perfecto color azul.

Pensar en Hades dejando que alguien más fuese quien fuese, se atreviera a tocarlo, siquiera mirar su desnudez, alimentaba una extraña impaciencia, en sus venas la sangre comenzaba a calentarse, sintiendo la novedosa necesidad de tomarlo con sus propias manos, para simplemente reducirlo a no más que polvo.

Por otro lado, se encontraba con el tema de Metis, una titánide de la que nunca había oído ni sabido de su existencia, y que simplemente, incluso con la mención de ella por parte de Hypnos, le inquietaba.

Su padre ya había sido capaz de ocultarle los motivos que le orillaron a dar la orden de silencio, ¿qué le detendría ocultarle lo de su supuesta madre? Sobre todo, ¿por qué se lo ocultarían?

Un ruidoso suspiro se escapaba de sus labios, arrugando el entrecejo, llevaba una mano a su sien, frotándola con firmeza.

Abriendo lentamente los ojos observando como el pasillo se encontraba enteramente despejado, aspirando aire con ímpetu trataba de calmar los enloquecidos latidos de su corazón.

"Debo calmarme..."

Reanudando su camino, buscaba en cada pared que iba aproximando en su avance. Mirando a detalle, entre las sombras de los túneles, algún indicio de la habitación que deseaba encontrar.

Casi sorpresivamente, una ligera luz cercana al helado piso se asomaba débilmente, guiándolo. Lentamente sus pasos comenzaban a ganar velocidad, cada paso lo acercaba peligrosamente cada vez más, a una puerta, custodiaba por un par y pequeñas antorchas, cuyas llamas bailoteaban salvajemente, parpadeando traviesamente.

Llegando a la entrada, una pesada puerta de madera oscura, laboriosamente tallada se interponía, deteniéndose ante ella, mirándola fijamente.

De la nada estirando sus fuertes brazos, colocaba sus manos sobre la lisa pieza, y tensándolas, apoyaba su fuerza sobre su obstáculo. Paulatinamente la luz del otro extremo iba saliendo por una apertura que se abría sin disimulo.

El Cautiverio de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora