Igual que un balde de agua fría...

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  Hades abría sus ojos en par en par, la sensación de malestar seguía muy presente, consiguiendo abruptamente recuperar la compostura, en un intento casi inconmensurable de mantenerse relajado, moviendo ligeramente la punta de su espada hacia el corazón de la diosa delante de él.

—No se encuentra aquí —había logrado decir con frialdad, manteniendo un rostro tranquilo—, y no me interesa a donde se largó.

—¡Oh! —Respondiendo con seriedad, Artemisa levantaba ligeramente las comisuras de sus labios formando una sonrisa forzada—. Por otro lado, lo más apropiado sería que fueras al Olimpo; y hacerle saber a mi padre que has aparecido

—A Zeus, no le incumbe donde me encuentre —Las palabras del dios, salían con un cínico tono mordaz, sin apartar la mirada de la expresión de la joven diosa.

Podía darse cuenta del interés de Artemisa seguía mirando con interés los alrededores buscando algo en el ambiente; cuando de repente e instantáneamente parecía que su cuerpo se tensaba, sin ni siquiera apartar la mirada; sin embargo, parecía que se había paralizado y su rostro hecho una expresión de incredulidad, para enmascararlas ipso facto, en su habitual y jovial seriedad, al mismo tiempo que volvía hacia él su rostro.

Sus ojos se entrecerraban estudiando la actitud de la joven diosa con cautela, y a su vez, Hades entrecerraba los suyos, virando rápidamente su cabeza hacía uno de los límites, un par de presencias conocidas se habían manifestado, no muy cerca de ahí.

—Aunque después de todo, sería lo mejor; así no te encontrarás con él —Volviéndose hacia la brillante luna, Artemisa iniciaba con un caminar lento, e inmediatamente después de unos cuantos pasos, detenía su andar para girarse nuevamente mirando sobre de él.

Hades viraba rápidamente agitando sus largos cabellos, clavando su mirada cautelosa directamente en la expresión de la joven diosa.

—¿A qué te refieres, Artemisa?

—Le pedí a mi padre que nos comprometiera —Artemisa contestaba con seriedad, esbozando una enternecedora sonrisa—. Quiero estar con mi persona destinada, protegerlo, sobre todo de ti.

Sentía como una extraña y gélida sensación congelaba cada poro de su cuerpo. Las palabras de la diosa le habían atravesado su pecho dejándole una desagradable pesadez latiendo con fuerza, a la vez que intentaba que su rostro no cambiara.

—¡Eso no es mi problema! —Replicaba con ira acercándose unos pasos a ella, moviendo su espada ligeramente hacia Artemisa, mientras tanto, la diosa retrocedía ligeramente—. ¡No me interesa lo que haga ese estúpido alfa! ¡Te unas o no a él; esto es un asunto en el que tú no debas interferir, Artemisa!

En un salto casi imperceptible, el joven ángel se interponía, obstaculizando su acceso a la joven diosa. Con sus brazos a sus costados, ambos se miraron directamente a los ojos, sin rastro de miedo en ambas miradas. Artemisa sin moverse lo miraba con interés, a la vez que ladeaba levemente la cabeza.

—Haré lo que sea por protegerlo —Artemisa se volvía reanudando su caminar, deteniéndose casi al origen del cegador resplandor, y el joven ángel siguiéndola con cautela—, inclusive que te entregue la Tierra; si de esa manera él está a salvo, lo haré.

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El Cautiverio de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora