Negación y desconcierto

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Aún con la cabeza nublada, no podía evitar mantener la sensación de su cuerpo aun sacudiéndose, caminaba con cautela en el largo pasillo incómodamente silencioso; reviviendo el cosquilleo al sentir como su aliento rozaba su piel, sintiendo que su razón iba hundiéndose en el profundo abismo de su irracionalidad y deseo, con tan provocador acercamiento y enloquecedoras palabras

En la primera noche, cierta renuencia hasta que, de un modo u otro, había comenzado a ceder al placer que se había esmerado para poder expresarle por completo el deseo que le provocaba, y como a su vez, intentaba en hacerlo vibrar hasta el punto de la locura.

Suspirando fuertemente, Atheno optaba por continuar mirando a los alrededores del lúgubre túnel cada oscura piedra colocada cuidadosamente, sin embargo, eran incapaces de bloquear el rugido salvaje de las fuertes ráfagas del exterior.

Sin embargo, la sensación de peligro no abandonaba su cuerpo, superando con creces el insoportable frio que sentía; justamente en el momento en que Hypnos se había colado a sus sueños, no encontraba ni un solo instante para poder estar relajado, inclusive en el momento exacto en el que habían descendido a la entrada del Inframundo, desde el fondo de su ser, erizado de su piel, le habían estado advirtiendo que algo no estaba bien; caminando con las engorrosas cadenas sobre el irregular camino rocoso bajo ese extraño cielo que resaltaba con el rojizo tono en medio de una mezcolanza con la oscuridad del Inframundo salpicado de bellas y falsas estrellas. Ahora en un efímero recorrido al templo de Hades, no había encontrado nada más que silencio, tan profundo que erizaba la piel de sólo percibirlo.

Durante la Guerra Santa, en el momento que había pisado el Inframundo, podía recordar los sollozantes lamentos de las almas que eran brutalmente castigadas en un sinfín de tormento que podían escucharse desde cada rincón del Inframundo, a su vez, podía recordar también, como su corazón sufría con cada sollozante quejido que rebotaba en las paredes rocosas del lugar.

Sin detenerse, sus pasos sonaban con fuerza en un eco claro y un poco ensordecedor, entrecerrando sus ojos, tratando de que ellos pudieran ver en la densa oscuridad.

En el fondo del pasillo, podía mirar una puerta que se encontraba a unos cuantos metros de su lugar, sin dejar de mirar esa extraña puerta, seguía avanzando, y a su vez, volvía la mirada cada tanto, sintiendo la sensación de ser vigilado de cerca, sobre sí, después de todo, fácilmente podía ser considerado un intruso deambulando por el Inframundo, y no necesitaba complicar aún más la situación actual.

Paso a paso moviendo sus pies con reserva, sintiendo en su piel, como el gélido ambiente iba calando hasta sus huesos haciéndolos doler, haciendo su movilidad se viera restringida, casi tal como su cosmos en ese instante, por el molesto collar en su cuello.

Deteniéndose con recelo frente a la entrada, Satoru extendía un brazo hasta tocar la pesada puerta. Empujándola con un sonoro rechinido, que inundaba el lugar con un eco que era capaz de llenar a lo largo del corredor. Sintiendo un repentino ardor acaparaba sus ojos, cerrándolos de inmediato, sintiendo las débiles lagrimas llenar las cavidades, en un intento por aliviar el malestar.

La intensa luz que se reflejaba en las sólidas paredes blancas llenaba por completo cada rincón de la habitación, sus pasos se adentraban con tranquilidad, con sus ojos miraban con recelo, y en un movimiento, cerrando con fuerza la puerta detrás de él. Cada paso iba perdiendo velocidad a la vez que se acercaba al centro de la estancia, donde un estanque artificial casi del tamaño de un manantial lleno de estáticas y cristalinas aguas humeantes.

Suspirando con pereza lo miraba con los ojos ligeramente abiertos, la belleza de la vista era algo que nunca esperaba ver en un lugar como el Inframundo.

Sin apartar su mirada, reanudaba sus pasos hacia el hermoso estanque, hasta llegar a la orilla del mismo, pudiendo apreciar las escalonadas rocas que mostraban un fondo pronunciado. Sin dudarlo, extendiendo sus brazos a sus hombros, el joven dios deslizaba con lentitud la delicada tela de sus vestiduras para dejarla caer en un casi silencioso movimiento.

El Cautiverio de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora