Capítulo 1: El comienzo del caos.

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Aquel día llovía mucho, y como la suerte nunca estaba de mi parte no traje ni un paraguas.

Me encontraba en la puerta del instituto reuniendo el valor para salir y encaminarme hacia mi casa, pero sería imposible no empaparse en el proceso.

Me puse la capucha de la sudadera, y decidí salir, pero como anteriormente había dicho: soy una gafe.

Me resbalé en los escalones cayendo al suelo, lo peor es que había chocado con un sujeto. La persona en cuestión se dio la vuelta y me observó aún en el suelo hice un intento de levantarme pero fallé, el chico divertido con la situación me tendió la mano y me ayudó a ponerme en pie, luego nos cubrió a ambos con su paraguas.

— ¿Eres Layla, no?

Asentí lentamente como respuesta.

— No se si lo sabes, pero... soy Liam. — Me tendió la mano la cual no acepté porque mi mano estaba húmeda y sucia por la caída, se la enseñé mientras negaba con la cabeza, para que no lo tomara a mal.

Aunque claramente sabía quién era, es un compañero de clase, además un chico que resaltaba del resto.

— Vaya, ¿cuando te caiste perdiste la voz? — cuestionó sonriendo, esperando mi reacción, sus ojos buscaron alguna señal de diversión.

No me hizo mucha gracia su broma, pero no había que ser maleducada con quien me acababa de ayudar.

— No...— dije en un susurro.

Dando media vuelta dispuesta a irme del lugar, él me lo impidió, agarrándome de la muñeca.

— Te acompañaré a casa. — avisó.

— No hace falta. — Realmente no hacía falta, y tampoco quería. Es incómodo obligarte a interactuar con alguien cuando solo quieres irte.

— Si hace falta, ni siquiera traes una chaqueta impermeable y si vas caminando bajo este temporal sin cubrirte conseguirás una hipotermia.

Es demasiado insistente, no entiendo porque no podía dejarlo correr y dejar de intentar actuar como un caballero, el resto directamente ni te hace caso, ¿porque él no podía hacer eso?

— Gracias, pero en serio no hace falta. — lo decía de verdad, no quería molestarle más.

— ¿Dónde queda? — Ignoro completamente lo que había dicho anteriormente, lección 1: Liam era terco, demasiado y eso agotó mi paciencia.

— Puedo ir a casa sola, no será ni la primera ni la última vez que tenga que ir bajo la lluvia igualmente gracias por ofrecerte pero no te molestes. — Conteste en un tono más áspero del que quería, pero no pareció verse afectado.

— Que independiente de tu parte sin embargo no pasa nada por aceptar ayuda. — dijo conservando su tono relajado. A regañadientes le hice caso, y le enseñé el camino, estuvimos un rato caminando en silencio.

Liam era un chico conocido en el instituto, bastante extrovertido (y cabezota) por ello conocía a todo el mundo, ir con él era como gritar por un megáfono para llamar la atención, tenías asegurado que todos te iban a mirar.

A parte de eso era atractivo y siendo la perfecta combinación para llamar a las chicas, aunque a mi nunca me gusto.

Lo observé de reojo, su cabello castaño estaba algo húmedo a parte de despeinado, algunas gotas se deslizaban por su rostro, sus ojos claros aún miraban al frente hasta que me sorprendió diciendo:

— No se te da bien disimular. — enrojecí al instante, este era un buen momento para desaparecer.

— Lo siento yo...— lo peor es que no había una buena excusa.

Tierra, trágame.

— No pasa nada — me interrumpió. — Ya sé que soy muy guapo y que es difícil quitarme los ojos de encima. — bromeó intentando restarle importancia al tema.

— Uy sí, sobre todo eso — dije rodando los ojos, tiene demasiado ego.

— Entonces, dime más motivos lógicos por los que me observes a escondidas.

Touche.

Bufé en modo de respuesta, odio que tenga razón, apenas lo conozco y me comienza a caer mal, sino fuera porque me está cubriendo con su paraguas me hubiera ido hace rato.

A lo lejos vi aquella casa verde, por fin llegamos. Ya había socializado suficiente por hoy, aunque se me hizo más cómodo que de costumbre, eso no quitaba mis ganas de estar en mi mundo.

— Aquí es. — Señale la casa.— Gracias, te debo un favor.

— Lo tendré en cuenta. — El tono que uso no me inspira mucha confianza. — Hasta el lunes.

No me dio tiempo a despedirme, ya se había ido.

Entre en la casa, el pasillo estaba oscuro al igual que el salón, la única luz provenía del comedor, supuse que mi padre llegó antes. Lo vi comiendo tranquilamente sus macarrones hasta que noto mi presencia y me miró, luego observó que no traía un paraguas conmigo ni nada similar.

— ¿Cómo no estás mojada? — Mantuvo su mirada seria, los nervios comenzaron a hacer presencia en mi.

— Un compañero de clase me ha acompañado a casa.

— Nunca me has hablado de ningún "compañero".

— Porque no hay nada que contar. — Tense la mandíbula intentando controlar mi tono.

— Ya, supongo que ese chico hace obras de caridad — hablo levantándose de su asiento y se acercó a mí, que aún seguía de pie.

— No las hace.

— Claro que no, simplemente porque si, decide perder su tiempo trayéndote a casa.— dijo con ironía, no me gustaba nada como me estaba hablando, nunca traía nada bueno. Poco a poco agache la cabeza, no podía sostenerle la mirada.

Era cierto que había perdido tiempo viniendo conmigo, nadie hace algo sin esperar nada a cambio.

— Deberías presentarme a un chico tan caritativo.

Antes de que te vayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora