Capítulo 8: ¿Un colacao?

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No quería morir, pero si lo hacía que fuera con dignidad. Me preparé con la percha en mano intentando reunir algo de valentía. La persona entró en mi habitación, era alto con un cuerpo algo robusto, era un hombre sin duda, su ropa chorreaba agua dentro de mi habitación, iba encapuchado.

Intentó acercarse a mí, pero lancé el primer golpe directo a la cabeza. Le di un poco con la punta, hubiera sido peor si no se hubiera apartado. Sin esperarlo lance un segundo golpe.

Esta vez lo esquivo, me distraje un segundo y ya me había quitado la percha de las manos. Me llevó en volandas por lo que comencé a chillar y patalear con todas mis fuerzas para que me soltara, lo termino haciendo aunque de forma brusca encima de mi cama.

— Quieta fiera, relájate que soy yo. — reconocí la voz de Liam, pero eso no me tranquilizo, solo me enfureció más. Dio un paso atrás y se quitó la capucha.

— ¿¡Puedo saber qué cojones te pasa por la cabeza!?

— Shhh, baja la voz, ruidosa. No sé si tus padres están en casa.

— Mi padre está trabajando.— Lo observé furiosa, aun no me daba motivos y encima estaba empapando todo el suelo. — Maldito, loco. — Me lancé a pegarle manotazos a ese cabezota okupa.

Él se apartó cubriéndose, mientras yo le seguía por la habitación.

— ¿Vas a decirme ya porque te has colado en mi casa o necesitas que te invite a un colacao para contármelo?

— Un colacao no estaría mal. — Sonrío como un angelito.

Suspire pesadamente. Volví a fijarme en su ropa mojada, él estaba temblando un poco, seguramente congelado.

— Te voy a traer ropa, tú ve a ducharte. El baño está a la primera puerta a la derecha. — Señale el pasillo para que procediera a ducharse.

— ¿Quieres que deje la puerta abierta para ti? — Subió y bajo las cejas sonriendo.

— ¿Quieres acabar la noche en el cementerio?

Se fue al baño riéndose a carcajadas. A pesar de ser sarcasmo, también fui a prepararle un dichoso colacao.

Un rato más tarde había terminado de limpiar el desastre que había provocado. En la mesa estaban listos dos colacao caliente y un chico todo ilusionado, recién vestido observándolos.

— No quiero ser maleducado, pero... ¿Lleva azúcar? — Negué con la cabeza. A lo que él tomo una señal de ir con total libertad por mi casa buscando azúcar.

Este señor se tomó de forma literal lo de mi casa es tu casa.

— Si claro que puedes ir a por el azúcar. — Solté con sarcasmo rodando los ojos.

— Deja de ser tan gruñona. Sabes que el colacao no es lo mismo sin azúcar.

— Demasiado dulce, me da diabetes de verte.

— Tú te lo pierdes. — Tomó un sorbo después de haberlo mezclado.

Ambos nos mantuvimos de pie, apoyados en la encimera de piedra. Me fije en que le iba algo suelta la camiseta blanca que le había entregado. Era una antigua que le había robado a mi padre y  terminó como ropa de casa, de la misma manera el pantalón azul a cuadros lo saqué del fondo del armario de mi padre, así sabía que no estaba usado, su estado era casi nuevo, pero por alguna razón él nunca se lo había puesto. Sus ojos azules me observaban expectantes a mi reacción.

— ¿Ya estas lo suficiente cómodo como para explicarme? — Asintió tomando otro sorbito. — Bien... ¿porque has venido a estas horas?

— Quería venir a verte. ¿Algún problema con que visite a mi amiga?

Antes de que te vayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora