Parte 8

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*- ¿Por qué yo?

-Realmente no lo sé.

Cuando te vi por primera vez, junto a la puerta de la vicaría, te confundí con Pol, pero cuando te vi de cerca, advertí las diferencias y me gustaste mucho. Eres un hombre impresionante. Quizás es que estaba en el lugar indicado en el momento indicado o quizás fuera que mi estómago se encogía y mi corazón se aceleraba cuando me mirabas ceñudo. Ya cuando me hablabas el resto de la gente de nuestro alrededor desaparecía y cuando sonreías me parecía estar flotando.

-Es una descripción muy poética de la atracción física.

Ella le sonrió y ladeó la cabeza mirándole.

- ¿Entonces se trata de eso?

*-No sabes distinguirlo de un enamoramiento o de encaprichamiento?

-No, No lo sé. Desde casi siempre he vivido en una burbuja de cristal, y después en el convento aislada de las impurezas, como podrás comprender no conocía a hombres que no fueran del clero. Pero pensé y creo que es bastante entendible, que así no podía tomar la decisión de ser monja para siempre, quise experimentar.

Don tenía cada vez más dificultades para controlarse.

*-Pero no hiciste los votos después ¿Por qué?

*-No era apropiado.

*-Porque ya no eras una mujer virgen? – sus dientes rechinaron al decirlo-

-La mayoría de las mujeres que terminan siendo monjas, no lo son por un motivo u otro, ellas han experimentado la vida antes, aunque no siempre ha de ser una buena vida. Ellas son llamadas por Dios en momentos distintos de su vida, pero de mí podría decirse que fui encauzada desde que tenía menos de ocho años.

*-No los pronunciaste como una forma de revelarte.

-No. Don...por favor déjalo estar.

*-Necesito saberlo Naya ¿No lo entiendes? He tenido remordimientos desde entonces.

-Lo siento mucho, nunca fue mi intención dañarte de alguna forma.

*-Naya, necesito saberlo, se me está acabando la paciencia. ¿Qué te llevó a no pronunciar tus votos?

-Está bien, carajo ¡Porque me gustan demasiado los hombres!

Los ojos masculinos se dilataron completamente y su respiración terminó siendo la de un toro de lidia a punto de embestir.

Se levantó, abrió la puerta y la invitó a salir con un movimiento de mano.

-Sera mejor que te vayas.

- ¿Qué...? ¿Por qué te has enfadado? Te he respondido.

*-Me utilizaste... ¿Recuerdas?

Ella asintió y bajó la cabeza para salir del cuarto, pero al pasar a su lado, paro, se elevó sobre las puntas de sus pies y le beso levemente los labios, solo un roce ligero como el de las alas de una mariposa, al no ser correspondida por los labios masculinos.

-Gracias por todo. Espero que no me odies durante mucho tiempo, por mi parte, no te olvidaré.

Apretó los dientes y cerró la puerta de un portazo. Después la pateó varias veces.

Con una toalla en la mano, se dirigió a las duchas.

Se quitó la ropa mientras el agua comenzó a salir, se lo pensó mejor y dejo solo el grifo del agua fría funcionando. Se metió debajo del chorro, dejando que el agua impactara directamente en la parte posterior de su cuello mientras que apoyaba las manos contra la pared en una postura que imitaba el cuerpo de alguien derrotado.

Había sido utilizado y eso le libraba de cualquier obligación hacia ella. Debería de sentirse aliviado, pero no era así, se sentía dolido por cómo había sido tratado, pero no tenía derecho de réplica, el mismo, anteriormente había hecho lo mismo con otras mujeres, así que posiblemente se lo merecía

¡No demonios! Lo que realmente le ocurría es que estaba terriblemente celoso

Naya había confesado que le gustaban los hombres y era eso lo que no podía digerir.

''Hombres''

Se estaba volviendo loco imaginándosela con otros. Lo mejor era volver a casa.

Con solo la toalla en la cintura regresaba a su cuarto para encontrarse de frente con Naya que salía.

*- ¿Qué haces aquí otra vez?

-Vine a dejarte las cartas, antes me las lleve sin querer. Llame a la puerta pero como no contestaste, entre y las deje en la mesita para que las vieras.

Se dio cuenta de que los ojos femeninos le devoraban mientras que ella hablaba.

Avanzó tres pasos que le separaban de ella, pero la mujer no retrocedió.

La tomó por detrás de la cabeza levantándola para poder besarla de verdad y no un toque tímido como el de antes.

En cuanto sus labios se tocaron, ella le abrazó por el cuello y el camino despacio hacia el catre que iba a hacerles de cama.

De nuevo estaba sobre ella y no podía parar de besarla, de devorarla furiosamente después de tantos meses sin poder estar con nadie. Ella era su medicina.

Las manos masculinas viajaban por su cuerpo, tocando, excitando maestras mientras que ella se retorcía dejándole recorrerla.

Sentía su feminidad mojada, esperando por él y dio gracias en silencio porque fuera tan perfecto.

Mi Querida NoviciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora