Ներածությու* (INTRODUCCIÓN)

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 En el mundo fantástico de Mitanyan, cuenta la leyenda que el Dios Sumeyeong vivía solo y aburrido. Lo único entretenido era escuchar cantar a los Gallos emperadores del cielo y la tierra, al amanecer y al anochecer.

Solo que eso no era suficiente para él, un Dios inquieto y ávido de aventuras. Ya había pasado mucho tiempo sin hacer nada. Él era joven, tan solo contaba con cinco mil años de existencia. Y así, un buen día decidió que era el momento de jugar un poco con Iseung, rey de los humanos, al cual consideraba estúpido e ignorante, al igual que a los súbditos de este.

Su siniestro plan comenzó cuando decidió añadir dos astros más, quedando dos soles y dos lunas. Y como era de esperarse, los torpes mortales no supieron entender lo que sucedía. Ahora el día y la noche duraban 24 horas cada uno. El cansancio fue lo primero que abatió a los débiles humanos.

Los animales estaban en total descontrol, las cosechas comenzaron a perderse. Todo estaba siendo un verdadero caos. El rey Iseung le pidió sumisamente al Dios que terminara con su diversión y eliminara esos astros de más.

—¿Qué estás dispuesto a ofrecerme para acabar con mi tedio? —preguntó burlón el Dios Sumeyeong.

—Mi señor, te ofrezco riquezas. Mis tierras están llenas de piedras preciosas. Son tan brillantes que podrás admirarlas todo el tiempo que quieras, jamás perderás interés en ellas debido a su grandiosa belleza y luminosidad. Adem... —Iseung no pudo terminar su ofrecimiento, pues fue interrumpido abruptamente por el furioso Sumeyeong.

—Lo dicho, eres tan simple e idiota que tus palabras me provocan incluso más aburrimiento. Sin embargo, voy a ser condescendiente contigo y con tus humanos mediocres. Te daré una oportunidad para redimirte. Quiero ese huevo que tienes guardado bajo llave y que no permites que nadie vea.

Iseung se puso nervioso, ¿cómo era posible que Sumeyeong supiera su secreto? Necesitaba hacerlo desistir de eso.  —Mi señor... ese huevo... ¿Para qué querría usted un insignificante huevo?

—Eso no te importa. Si deseas salvar a tus humanos, me darás ese huevo —exigió Sumeyeong. A Iseung no le quedó más opción que aceptar y se lo entregó.

—Solo una cosa más, mi señor. Ese huevo ha sido resguardado por siglos. Jamás deberá ser empollado, de lo contrario, una bestia despiadada nacerá. Sus padres, los Dioses Soberanos del Universo Mitanyan, lo entregaron a mi familia para evitar que eso suceda.

Cuando Sumeyeong tuvo en sus manos el preciado huevo, una fuerza oscura, muy superior a la suya, se apoderó de él y de inmediato pidió a los Gallos emperadores que lo incubaran. Ellos obedecieron y se fueron turnando hasta que llegó el momento fatídico. El enorme cascarón se rompió y una enorme Cocatriz salió del interior. Una mezcla entre un cacareo y un rugido fue lo que se escuchó con gran potencia. El cielo y la tierra temblaron ante tal sonido.

Iseung, al oír el estruendo, entendió que lo temido se había hecho realidad. La bestia despiadada y sangrienta había nacido. Ahora el fin de los humanos estaba marcado.

Sumeyeong miró a la fantástica criatura, una que jamás había visto. Su cabeza estaba crestada y su cuerpo era de basilisco con unas amplias alas para poder volar.

—¡ES UNA COCATRIZ*! —gritó asustado Iseung, mientras que Sumeyeong no salía del hechizo en el que se encontraba. Él ignoraba totalmente la destrucción que se desencadenaría por su necedad. A partir de ese momento, comenzó el horror.

La Cocatriz* despiadada tenía la capacidad de matar a sus víctimas simplemente mirándolas. Sus ojos verde esmeralda eran considerados un arma letal. Cuando se le miraba de frente, los cuerpos de los infelices ardían de inmediato en una tea humana, hasta el punto de quedar simplemente convertidos en cenizas. Otra manera de deshacerse de sus enemigos era con su aliento tóxico; el vapor nauseabundo que exhalaba por sus fosas nasales envenenaba de inmediato los pulmones de quienes lo inhalaban. Luego de aniquilar a quienes se interpusieran en su camino, se retiraba tranquilamente, surcando los cielos con sus enormes alas.

 Luego de aniquilar a quienes se interpusieran en su camino, se retiraba tranquilamente, surcando los cielos con sus enormes alas

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 Los humanos vivieron años de opresión debido al irresponsable Dios Sumeyeong. Hartos de presenciar impasiblemente sus muertes, decidieron cazar a la Cocatriz*. Sin embargo, se encontraron con un detalle inesperado: la bestia se había apareado con el mismísimo Sumeyeong. El resultado fueron cinco huevos, los cuales fueron robados y ocultados por los humanos.

La Cocatriz* fue cazada y murió desangrada, sin que Sumeyeong pudiera hacer nada para salvarla. Enfurecido, decidió castigar a los insensatos humanos lanzando un poderoso conjuro.

Անիծված բոլոր նրանք, ովքեր մասնակցել են իմ երեխաների գողությանը և իմ սիրելի Կոկատրիզի* մահվանը, նրանց ժառանգների արյունը հավերժ անիծված կմնա։ Եվ իմ սերնդի արյունը կլինի նոր ցեղի հույսն ու հրաշքը: Դուք՝ մարդիկ, այլեւս երբեք խաղաղություն չեք գտնի։ ԵՎ......*

 (¡Malditos todos aquellos que participaron en el robo de mis hijos y en la muerte de mi amada Cocatriz*! La sangre de sus descendientes quedará maldita para la eternidad. Y la sangre de mis vástagos será la esperanza y el milagro de una nueva raza. Ustedes, humanos, no encontrarán la paz nunca más. Y...)

Sumeyeong no pudo continuar; un rayo luminoso proveniente del cielo lo atravesó por el corazón, poniendo fin a su inmortalidad. Fue su propio padre quien lo castigó. Ya estaba cansado de su comportamiento errado. Ese Dios Imperial entregó a Iseung unas escrituras de conjuros nigrománticos* (magia negra), para que este, a su vez, se las entregara a un hechicero experimentado. Con eso podrían contrarrestar y defenderse de las nuevas bestias: los dragones.

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EL ÚLTIMO DRAGÓN (2MIN)🌈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora