Dos linternas parpadeando y una noche entera sin dormir fueron de las pocas cosas que no me hicieron querer huir. La luz violeta, parecía tan dulce y poco invasiva, como si el olor a lavanda nos atrajera y envolviera entre sueños plenos.
La suave brisa del domingo nos hace encontrarnos y darnos cuenta de que ya no somos un rostro más entre la multitud. Todo es tan simple en la mañana, como si los cientos y cientos de piezas finalmente hubieran caído en su lugar.
Y entre capturas banales, sostuvimos hasta el mínimo detalle.
Tu camisa de cuadros estaba sobre la silla, mientras las risas de mi familia y el café a la mitad del día te hacen sentir como en casa. Y estoy casi segura, de que, en alguna parte, los Eagles sonaban de fondo en aquella escena tan deleitable y más de uno, hubiera deseado detener el tiempo.
El poder vivir una y otra vez tus bromas modestas y que aún después de pequeños empujones podamos seguir siendo dignos de complicidad, son momentos de los que no cualquiera podría llegar a hablar.
Y la foto secreta, aún esta sobre la mesa, pero las llaves sobre la cerradura me hacen despertar y empacar. Y cada paso que daba, arrastraba un poco más los pies, porque no quería irme, no después de eso, no después de ti.
¿Cuándo volvería a verte?
Todo se sentía tan incierto e indebido, como si el añorar fuera de lo más atrevido, pero lo único que podía pensar de vuelta a casa, es que estaba encantada de conocerte. Y entre más lejos y más lejos nos encontrábamos, más me convencía de que todo fue alineado.
Esto tenia que pasar, esto tenía que ser.
Uno frente al otro.
Así sin más.
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Hasta que el verano se acabe ©
Cerita Pendek«HASTA QUE EL VERANO SE ACABE» es una recopilación de escritos y reflexiones que he ido archivando desde que tengo memoria. Son todas aquellas tormentas y retorcidas noches de las que se disfrazan las letras y de las que pocas veces se habla. Las...