VII

373 29 30
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Franco sintió la adrenalina cuando Gaby corrió hacia él con el pánico, la rabia y el dolor pintados en la cara.

—¿Qué pasa? —le preguntó al tiempo que hincaba una rodilla en el suelo delante de ella y la cogía de los hombros mientras le examinaba el cuerpo para asegurarse de que no estaba herida.

—Yo… Entra en casa, papá. ¡Entra en casa!

—Gaby, tranquilízate. ¿Qué pasa? Dime qué ha pasado. —Su mirada voló de su hija a la bicicleta, que estaba tirada en la calle. Y después a la persona que se encontraba en mitad de la calzada, mirándolos. A la mujer que se parecía a…

Se quedó sin aliento. Se le aflojaron las rodillas, como si fueran de gelatina.

—¡Dios mío!

—¡No, papá! —Gaby lo aferró de los hombros e intentó empujarlo hacia la casa mientras él se ponía en pie muy despacio—. No, papá. No es ella. No es ella, papi. Sólo se parece a ella. Por favor, papi, por favor. Mírame.

Bajó la mirada a la cara bañada en lágrimas de Gaby. Tenía los ojos desorbitados por el pánico, pero apenas si se daba cuenta. Con manos temblorosas, la apartó de su camino y miró hacia la mujer de pelo castaño que estaba parada como una estatua en mitad de la calle. Observándolo de la misma manera que él la observaba a ella.

Empezó a darle vueltas la cabeza. Se le desbocó el corazón. Era imposible.

Apenas fue consciente de que un coche se paraba en seco junto a la acera,de que Oscar salía de su Land Rover,  de que Gaby seguía gritando histérica mientras intentaba meterlo en casa, pero era incapaz de sentir sus manos. Parecía incapaz de impedirles a sus pies que siguieran andando. Tenía la sensación de flotar en una nube. De estar sumido en un sueño. Como si estuviera alucinando a plena luz del día.

Consiguió bajar la acera y se detuvo delante de ella.

La observó, alucinado.

Nadie habló. Durante un minuto entero solo hubo silencio. Y miedo, esperanza y absoluta incredulidad. Y después el corazón le dio un vuelco en el pecho.

—¡Dios mío! —Acortó la distancia que los separaba, le tomó la cara entre las manos y le acarició con los dedos la delicada piel del mentón. No podía ser real.Tenía que ser un sueño. Los recuerdos lo bombardearon a mansalva, se condensaron en su pecho y le formaron un nudo mientras la miraba. Mientras sentía el pulso que latía debajo de sus dedos. Mientras el calor de su cuerpo lo rodeaba, mareándolo y abrumándolo .

Ella era real. La sentía cálida y suave, y viva, bajo los dedos. Era… su Sarita.

Lo estaba mirando a la cara. Vio que esos ojos de color avellana lo reconocía. Y la conexión que sintieron desde el principio, desde que se conocieron tantos años antes, refulgió con fuerza, calentándole lugares que no sabía que estaban congelados.

Te Seguiré Esperando Donde viven las historias. Descúbrelo ahora