XVI

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—Es la estupidez más grande del mundo. 

Oscar tenía las manos en el volante de su Land Rover mientras escudriñaba el aparcamiento en penumbra. Franco lo miró desde el asiento trasero. Ya había anochecido en San Marcos. Con un poco de suerte, Sara ya estaría en la parte trasera del edificio. Oscar tenía razón. Era una estupidez. Deberían haberse quedado con los padres de Sara y cenar con los niños. Por más incómodo que fuera para ella, era mucho más seguro que lo que estaban haciendo en ese momento.

—Tú solo tienes que conducir el coche durante la huida —dijo Jimena desde el asiento del copiloto—. Deja de quejarte. —Abrió la puerta. Franco la imitó—. Volveremos enseguida.

—La próxima vez me tocará a mi hacer de espía —les gritó Oscar.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —le preguntó Franco mientras se dirigían a la puerta de entrada de la clínica. 

Un guardia de seguridad se encontraba junto a ella. Las cámaras de vídeo barrían el aparcamiento.

—El horario de visita acaba dentro de media hora.¿Tienes el carnet que Alice consiguió esta mañana? Franco se dio unos golpecitos en el bolsillo.

—Lo tengo.

—No quiero tener que pagar la fianza de nadie esta noche —masculló ella. 

La miró de reojo.

—No me creerás tan bobo como para dejarme atrapar, ¿verdad?

—Espero que no, Franco.

 Jimena adoptó una sonrisa al entrar y al acercarse a recepción.—Hemos venido a ver a Julia Rogers. Soy una amiga de la familia. 

Una mujer oronda de pelo canoso estaba sentada en el mostrador.

—Firmen aquí. Tienen veinticinco minutos antes de que acabe el horario de visitas.

Jimena firmó en el registro, le pasó a Franco el bolígrafo y esperó. La recepcionista los miró con cara de pocos amigos.

—Necesito algún tipo de identificación. —Miró en su ordenador y esperó a que Franco y Jimena sacaran las carteras—. La paciente está en la sala D, en la habitación 438. —.Vayan por ese pasillo—Señaló una puerta de doble hoja.

—Gracias —replicó Jimena.

—Qué amable —musitó Franco mientras abrían la puerta.

Cuando se hallaron solos en el pasillo, Jimena miró el reloj.

—No te retrases.

—Hecho. Diviértete.

—Ya, que me divierta. —Jimena frunció el ceño—. La señora tiene alzheimer. No me recuerda. Va a ser estupendo.

Te Seguiré Esperando Donde viven las historias. Descúbrelo ahora