XVIII

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Las gotas de agua se deslizaban por el cuerpo de Sara. Las burbujas se acumulaban en torno a sus pies. Cerró los ojos y aspiró el olor fresco y limpio del jabón, el mismo olor que acompañaba a Franco, el olor que había percibido la noche anterior cuando la estrechó contra su musculoso cuerpo. ¿Habría dormido Franco últimamente en la cama que ella había usado esa noche? Porque estaba segura de que la almohada olía a él. Parecía percibir su olor en toda la habitación. Imaginó mientras se enjabonaba, que eran sus manos las que la acariciaban. Sintió un dolor palpitante entre los muslos. Un deseo arrollador.

Franco le había dicho que la deseaba, que se moría por tocarla. Pero eso fue antes de que descubrieran su historial médico en la clínica privada, antes de que él se percatara del fondo de todo el asunto. Desde entonces, la trataba con delicadeza y mimo, pero se mantenía distante. Como si le asustara la posibilidad de acercarse mucho a ella y lastimarla de alguna manera. Se pasó las manos por los pechos, acrecentando el deseo. Por algún motivo que se le escapaba, no quería que Franco se distanciara. Lo que quería era que la acariciara como había hecho antes.

El deseo aumentó hasta un punto insoportable mientras lo imaginaba en la ducha con ella, mientras se imaginaba que recorría ese musculoso cuerpo con las manos. Con la lengua. Lo único que tenía que hacer era ir a su dormitorio y pedirle que la acariciara, que la tocara, que le hiciera el amor. Técnicamente era su marido, ¿no? No sería pedirle demasiado.

Se sentía muy atraída por ese hombre, sabía que lo deseaba con una pasión que jamás había experimentado antes con otro hombre.

Alguien llamó a la puerta de repente, sobresaltandola. Cerró el grifo y se pasó una mano temblorosa por el pelo a fin de escurrirse un poco el agua.

—Un momento.

—El café está hecho —anunció Franco desde el otro lado de la puerta—. Y el desayuno está casi listo.

Estaba al otro lado de la puerta, en su dormitorio. Sólo tenía que quitar el pestillo y podría estar a su lado. Salió de la ducha y tras coger una toalla se envolvió con ella. Tenía los pechos tan sensibles que el roce le provocó un hormigueo. Sabía que estaba mojada por el deseo. Respiró hondo y se obligó a relajarse.

—Vale. Mmmm… bajo ahora mismo.

—¿Necesitas algo?

«Sí. A ti. Ahora mismo»

Respondió para sus adentros. Se tragó las palabras antes de que pudiera pronunciarlas sin darse cuenta.

—No. Estoy bien.

— De acuerdo. No tardes mucho.

Cuando sus pasos se alejaron, Sara se sentó en la tapa del inodoro. Una mujer segura, sin miedo. Reconocería que estaba totalmente colada por ese hombre. Pero, claro, ella no lo iba hacer. No iba a dar su brazo a torcer. Prefería quedarse y sufrir hasta que se controlara por completo. O hasta que se lanzara sobre él sin pensar.

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