IX

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El sol de la mañana relucía sobre las aguas de la bahía . En el aire flotaban el olor a agua salada mientras contemplaba la escena sentada en un banco del parque, aferrada con fuerza al asiento. Las gaviotas bajaban en picado a su
alrededor.

Lo que necesitaba en ese momento era una patada en el trasero que la motivara a seguir investigando sobre lo que le había sucedido. Sin embargo, allí estaba esperando a Franco Reyes.

Después de tres días mordiéndose las uñas y languideciendo a la espera de que Jimena le comunicara las noticias sobre los análisis.

Había claudicado y lo había llamado. Desconocía cuál era el origen de esa compulsión que la instaba a hablar con él, y no entendía por qué le afectaba tanto la reacción de ese hombre. Lo único que tenía claro era que se sentía consumida por la culpa desde el día que lo conoció y que, si no hacía algo para arreglarlo, dicho sentimiento acabaría destruyéndola y le impediría buscar las respuestas que necesitaba con tanta desesperación.


Sabía lo que se sentía al perder a un ser querido. Y por eso intentaba ponerse en el lugar de Franco, intentaba imaginar qué haría si Daniel se levantará de repente de la tumba.


La ira se apoderó de ella, y se aferró con más fuerza al banco. Lo primero que haría sería encadenarlo a una silla hasta obtener las respuestas que estaba buscando. Después, lo sometería a presión por ser el culpable de la pesadilla que estaba viviendo.

Respiró hondo al tiempo que soltaba el banco para pasarse las manos por el pelo. Daniel no se levantaría de la tumba. Y ella era una mujer sin pasado.

Vio que Franco se acercaba por el camino del puerto antes de que él la localizara a ella. El extraño déjà-vu que experimentó frente a su casa se repitió mientras lo observaba. Caminaba con las manos metidas en los bolsillos delanteros del pantalón y, aunque llevaba gafas de sol, era evidente que fruncía el ceño. También se percató de que sus ademanes eran tensos, lo que ponía de manifiesto que la situación le resultaba incómoda.

Se detuvo a unos cuantos pasos del banco. Se levantó para saludarlo y sintió que se le caía el alma a los pies, una reacción para la que no estaba preparada.


—Gracias por venir —logró decir.

—No estoy seguro de por qué lo he hecho —replicó él con un tono frío que no le gustó nada.

¿Era la voz que usaba en su trabajo para intimidar e influir en los demás? De ser así, resultaba muy efectiva.

—Te lo agradezco de todas formas. —Cambió el peso del cuerpo al otro pie, insegura acerca de lo que iba a decirle una vez que lo tenía delante. Un incómodo silencio, se instaló entre ellos.

—Dudo mucho que sepas algo todavía, así que ¿cuál es el motivo de este encuentro? —quiso saber.

Por algún motivo que no alcanzaba a entender, ansiaba ponerle fin a la distancia que los separaba. Ansiaba consolarlo. Una reacción de lo más inesperada.

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