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Sara se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos

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Sara se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos. El rítmico sonido le indicó que seguían en el puente, que si no había un atasco, contaría con otros  minutos para meditar sobre todo lo que había pasado en esos días.
Dio un respingo cuando sonó su móvil. Lo sacó del bolso y se lo llevó a la oreja.

—Sara, ¿eres tú? Soy Jimena.

—Hola.

—¿Dónde estás?

—En el coche, de camino a casa.

—¿Franco está contigo? Sara miró de reojo a su esposo, que tenía los hombros muy tensos mientras manejaba el volante del Jaguar.

—Sí, está aquí.

—No podía encontrarlo. Su secretaria me dijo que estaría fuera todo el día, pero que se llevaría el móvil.

—Ha debido de apagarlo. —Durante la cita con el doctor Madero.

—Da igual, pero me alegro de hablar contigo —dijo Jimena—. Tengo novedades: por fin hemos encontrado a tu doctor.

—¿En serio?

—Sí. Boca bajo en su piscina de Houston.

—¿Qué? Logró decir asustada. Franco la miró de reojo. Vio las preguntas que asomaban a sus ojos, pero apartó la mirada. No podía lidiar con su preocupación. Todavía no.

—Sí —continuó Jimena—. Las autoridades lo van a calificar de ahogamiento accidental. Estuvo flotando dos días antes de que los vecinos lo encontraran. Parece que se marchó de improviso a Canadá, justo después de que Daniel muriera.

—Ay, Dios. — Sara cerró los ojos.

—No descartan que haya habido juego sucio, pero de momento no parece que tengan pistas.

—Qué conveniente.

— Sara. —Jimena hizo una pausa—. Hay más.

Tragó saliva con fuerza. ¿De verdad quería saberlo? No, no quería.

—Dime.

—Mi detective privado tiene una pista sobre Fernando Alexander. Cree que lo ha encontrado. Pero tengo que atender unos asuntos fuera de la ciudad a finales de semana. Estoy pensando en coger un vuelo para tratar de encontrarlo.

El pánico atenazó a Sara.

—No, no lo hagas.

—Tranquila, no es nada del otro mundo.

—Jimena, no lo entiendes. Las cosas se están descontrolando. No vayas. Olvídate de todo.

— Sara, de verdad que no creo… Franco le quitó el móvil de la mano. Sara apretó un puño. Y también apretó los dientes. La rabia y la frustración por esa situación crecieron en su interior. Mientras él escuchaba con atención lo que le decía Jimena, que le estaba contando lo mismo que a ella, Sara cerró los ojos y volvió a acomodarse en el asiento. Franco se jugaba tanto como ella en eso. Sin embargo, esa reacción no le gusto. Franco terminó de hablar justo cuando enfiló el camino de entrada de su casa. Cuando su fuerte mano buscó la suya, Sara luchó contra el impulso de aferrarse a ella.

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