Para ser sinceros, la señorita Integra no hizo caso a la sugerencia que le dió la joven Seras. Salir luego de tanta tragedia no era lo más correcto y seguramente Londres estaba siendo reconstruida casi por completo, pues todo se había reducido a escombros.
Igualmente llegó el día en el que Integra tuvo suficiente de escuchar las mismas palabras de su subordinada una y otra vez. Le dijo que saldría a disfrutar de su joven vida pero la verdad era otra; tenía que abandonar la mansión un par de horas por cuestiones de trabajo.
—Luce muy hermosa, Sir Integra. –le halagó Victoria, sonriente.
La mayor le devolvió el gesto y se terminó de abotonar el vestido que optó por usar. Era largo hasta los tobillos, color blanco de manga larga, botines negros y su cabello estaba perfectamente arreglado con bucles en las puntas, encima del vestido había un saco negro que combinaba perfectamente con todo lo demás.
—Aunque... Está siendo muy elegante para salir, ¿No cree? –Seras le escoltó hasta la entrada. Afuera habían un par de guardias esperándola para llevarla, de a poco la organización iba contratando a nuevos hombres que sirvieran a Hellsing.
—Estoy siendo elegante porque no iré a cualquier lado, Seras. –se excusó la líder. —Me divertiré, te lo prometo.
Y así fue que logró darle fin a las eternas preguntas y comentarios que la vampiresa le hacía cada dos por tres.
Su subordinada le despidió alegremente teniendo cuidado de no dar con el sol. Integra subió al auto que la llevaría y se retiró del lugar, sin haber visto a Alucard esa mañana tampoco.
Llevaba varios días sin verlo de frente. Podía escuchar sus pisadas, sentir su mirar en ella durante la oscura noche, ver su sombra acechando por los pasillos... Pero él no aparecía cara a cara con su ama. No le preocupaba, su cabeza estaba perdida en otros asuntos, no podía perder tiempo cuestionando el extraño actuar del ex-conde.
Aunque para sorpresa de todos, sus razones de no estar a la vista eran muy sencillas y hasta bobas, dependiendo de quien opine. Alucard mantenía su distancia desde que Victoria le informó sobre el estado emocional de su ama, no tenía intenciones de empeorar más las cosas y, siendo franco, él se conocía mejor que nadie; nada bueno saldría de él teniendo una charla con Integra sobre sentimientos de culpa, era mejor dejarlo así, sin tocar.
Desde una de las ventanas que se encontraban a una distancia considerable del suelo, en el tercer piso de la mansión, el vampiro despidió con la vista a su joven ama, regresando después al sótano, como era cotidiano.
Integra se vería en la mansión del señor Vincent Kennedy, un hombre que ya estaba a finales de sus veintes y le ofrecería nuevo armamento a los subordinados recién llegados de Hellsing, ya que, como Walter no estaba, Integra se vió en la necesidad de buscar a un experto en temas de artillería, siendo Sir Kennedy el único confiable.
Ambos habían acordado platicar en la mansión del varón porque la señorita Hellsing no quería que Alucard fuera a meter las narices por ninguna razón, tal como lo hizo cuando los mercenarios recién habían llegado y el vampiro les sacó un gran susto al atravesar la pared con sus poderes.
El trayecto llegó a su fin en cuestión de una media hora, misma que Integra gastó rezando por Londres luego de ver a través de la ventana del auto las ruinas de tantos edificios, era difícil conducir, así que agradeció cortésmente al chófer tras bajar con cuidado.
Un mayordomo de la mansión Kennedy se aproximó a la rubia.
—Es un honor tenerla aquí, Lady Integra. Por favor sígame, le mostraré el camino. –la mujer no le respondió ni mostró sonrisa alguna, sólo le siguió el paso hasta la entrada del hogar.
El par de grandes puertas se encontraban abiertas con Sir Kennedy de pie al lado izquierdo sin obstruir el paso. El hombre de cabello castaño y ojos verdes llevaba un traje verdoso tal como el que Integra usualmente llevaba en su mansión, con la diferencia de que Kennedy no usaba una cruz sobre la corbata que adornaba su pálido y delgado cuello.
—Lady Integra, que hermosa se ve hoy. Sea usted bienvenida... Le ruego que se ponga cómoda, siéntase en su casa. –saludo cliché pero que se escuchaba muy fresco al salir de los labios del varón.
La Sir sonrió de lado, hacía mucho que no convivía con gente joven, más allá de su enérgica subordinada. Bajo las miradas de los sirvientes, mayordomo y del mismo Vincent, Integra ingresó a la mansión asombrada de la preciosa decoración que esta poseía; pinturas preciosas, jarrones preciosos adornados con maravillosas flores. Ella no era tan fanática de tener decorados como esos en su morada.
—Perdóneme si usted encuentra algún desperfecto en la limpieza, no he tenido tiempo de encargarme. –la mujer rotó a dirección del adverso.
—¿Es usted quien limpia aquí? –le extrañó, habían suficientes sirvientes en la mansión.
—Sí, yo lo hago. –replicó el hombre. —No me gusta que mis empleados se llenen de trabajo, es un lugar grande y todos cooperamos aquí, les tengo prohibido que ellos limpien mi zona... Sólo en situaciones muy especiales les permito hacerlo.
Integra le echó un ojo de nueva cuenta al lugar, no estaba sucio en lo más mínimo.
—Noto que hizo un buen trabajo. Lo felicito, Sir Kennedy, yo no podría hacerme tiempo para asear la casona. –y volvió a verle, dedicándole una media sonrisa.
—Es porque usted es una mujer muy ocupada y trabajadora, la organización Hellsing no se compara en nada con mi pequeño negocio de artillería, ¿Sabe? –pausó, entre suaves risas invitó a la Sir y a sus dos guardias a subir por las escaleras, extendiendo el brazo en dirección a estas con la mano extendida. —Por favor, vayamos a mi despacho en el piso de arriba para charlar sobre lo que acordamos por llamada.
—Me parece correcto. –verbalizó la rubia, siguiendo el camino que el mayordomo le trazó a ella y a sus guardias.
Salir de casa no había sido tan malo después de todo.
De mientras, volviendo a la mansión Hellsing, Alucard se materializó repentinamente en la gran biblioteca del hogar, frente a Seras Victoria, quien leía una novela que encontró por ahí. Saltó del susto, no estaba acostumbrada aún a que su amo hiciese aquello.
—Seras, chica policía, debes de trabajar en esos reflejos. –se burló el vampiro tomando asiento en una silla cercana a su discípula.
—Lo haré... –sonrió. —¿Qué le trae por acá? Hace días que no lo veía, nuestra ama se preocupó por eso.
Las cejas de Alucard se alzaron ligeramente por poco tiempo, esa era una noticia inusual. Luego de cruzarse de piernas, se quitó su grande y rojizo sombrero y lo dejó en la mesa donde Seras tenía sus codos recargados.
—¿A dónde fue nuestra ama? –preguntó el pelinegro. —Escuché que le sugeriste el salir a distraerse... ¿Es eso? ¿Por eso salió de la mansión con ese hermoso vestido?
—Ella me dijo que saldría a divertirse pero el general Jayden me confesó que Sir Integra tenía una reunión de negocios pendiente con respecto a las armas que nos faltan. –estaba decepcionada pero no sorprendida, era mucho pedirle que hiciese cosas de gente joven, veinteañera como la mayor.
Suspiró recordando esa amarga verdad y, evitando ver a su maestro a la cara, retomó su lectura. Por su lado, el vampiro chasqueó los dientes y una sonrisa se coló en sus labios, le dió gracia que su ama le hubiera mentido a su discípula.
—¿Sabes, Draculina? –habló Alucard. —He compartido mi vida por casi diez años con Integra... La he visto crecer y convertirse en la increíble líder que el mundo ha conocido.
Victoria se confundió, ¿A qué venía todo eso? Sólo le miró ponerse de pie y agarrar su sombrero de nuevo.
—En estos diez años... Jamás sentí tantas ganas de tenerla cerca. Deseo que vuelva. –su última frase apenas y se escuchó debido a que él iba desapareciendo a la par que hablaba.
La confusión de Seras aumentó, no llevaba mucho de conocer a sus dos maestros pero tampoco había que ser muy inteligente para darse cuenta de que ambos actuaban extraño. Integra estaba justificada, pero Alucard ... ¿Por qué su corazón muerto se ablandó de un momento a otro?
Puede ser que durante esos días de ausencia fue que se puso suave.
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She's not mine [AluGra]
FanfictionCuando la conoció no entendió que era una piedra preciosa, tuvo que esperar a que los años le dieran una cachetada y le hicieran mirar a la hermosa figura femenina de la mujer a la que llamaba su ama. Sus ojos jamás se apartaron de ella una vez se p...