*37* "TRAMPA"

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Era bastante tarde, ya habían pasado varias horas de su intensa pelea, pero esta vez más que furioso, se encontraba desolado. Entre tantos tragos, se volvió a emborrachar, sin dejar de pensar ni por un segundo en todos los engaños de Yeimy. Ya estaba acostumbrado a joderse mutuamente, pero jamás pensó que fuera capaz de llegar a tanto. ¿Cómo se atrevió a mandar a matar a su madre? Y a pesar de todo eso, se odiaba así mismo, porque ni siquiera lograba odiarla. Por más que intentará simplemente no podía. Realmente quería creer en ella, es más por un segundo le creyó, pero al recordar sus palabras en aquella grabación, hicieron que disipará cualquier duda. Además su mamá no tenía por qué mentirle de esa forma.

- ¡Maldita sea! - lanzó el trago.

Enredó sus dedos en el cabello, con la respiración agitada, mientras los besos y caricias de ella se repetían en su cabeza.

- ¡Aghh! - gritó y dió un golpe.

- Amor mío... - entró Ligia y corrió hacia su hijo.

Suposo el por qué de su estado, y con lástima y culpabilidad, lo pegó a su pecho.

- Hijo... Tranquilízate, mi amor. - acarició con dulzura su cabello.

Se aferró más a su mamá, mientras unas pequeñas lágrimas resbalaban.

- Vos tenías razón, amá. Yeimy solo me trae dolor, nunca debí confiar en ella.

Tragó saliva. Si bien se sentía culpable de lo que estaba pasando, sabía que esa era la única manera de que Charly entendiera que lo de ellos era muy tóxico.

- Ya mijo... - le susurró, a punto de llorar.

- Yo... La quiero demasiado. - dijo sin vocalizar, mientras lloraba.

- Mi amor... - dijo con la voz quebrada.

Tomó su mano y caminaron hasta la salida.

- Hijo, vamos para la casa, ¿si?

Asintió con la mirada perdida.

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Yeimy
Esta situación no me gustaba nada, y no porque Charly no haya creído en mí, sino por mi reacción ante su actitud. Apenas se largó comencé a llorar, mientras recordaba la forma tan brusca con la que me había tratado. A pesar de todo lo que hice en su contra, jamás me había gritado y tratado de la forma en la que hoy lo hizo. Pero las cosas no se iban a quedar así, mañana mismo iría a hablar con Ligia, y no para qué dijera la verdad para arreglar las cosas con él, no, sino porque estaba harta de injusticias.

Tenía tanta impotencia acumulada que mis manos se convirtieron en puños, golpeé el piso un par de veces, sentía mucha rabia.

Sentí como alguien llegaba, alcé la mirada y era mi hijo, rápidamente sequé mis lágrimas. Lo último que quisiera es que se enteraran de que yo andaba llorando por Charly.

- Mi vida... - abrió sus brazos.

- Hey, ¿estas bien? - le dijo, abrazándola.

- Claro que sí, mi amor.

Se separó y con las manos agarró su rostro.

- Mamá, yo sé que te culpan de lo que pasó, pero yo creo en vos y en tu inocencia, ¿si? Nada ni nadie me va a hacer cambiar de opinión. - besó su frente.

Sonrió. Con tal de que su hijo le creyera y estuviera con ella, no necesitaba más.

Erik era exactamente eso, un regalo de Dios, su regalo de Dios. Después de todo lo que había pasado, aún seguía creyendo en ella, brindándole su apoyo, y sobre todo siempre tratando de entenderla.

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