capítulo 4

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El calor de su piel.

Ese aroma denso y sutil al mismo tiempo.

Entre sus brazos los problemas del resto del mundo no tenían cabida, tampoco los suyos propios. Era fácil deshacerse de todos los pensamientos que se colaban sin permiso a través de sus cicatrices, reabriéndolas. Despegarse del invierno gélido y macizo que le golpeaba cada vez que sus pies pisaban la pista.

Después de otro duro día de entrenamiento había terminado huyendo al lugar que últimamente le hacía sentir seguro, que le permitía desvincularse de esa capa de inseguridades que le calaba hasta los huesos. Una zona segura en la que resguardarse del frío y la tormenta, de aquella aciaga tempestad que parecía haberse vuelto más tangible de lo habitual.

—Deberías secarte el pelo, te vas a resfriar.— Félix negó, colando sus dedos bajo la camiseta del moreno y arrancándole un suspiro al notarlos tan fríos—. Justo por eso... estás helado.

Los tomó con cuidado, llevándolos hasta su boca y calentándolos con su aliento, bajo la atenta mirada del muchacho que, aparte de cansado, se encontraba muy cómodo bajo las sábanas de su amigo.

—Está medio seco y fuera hace aún más frío... —murmuró, escondiendo la nariz tras la colcha.

—¿Quieres quedarte aquí esta noche?

El chico asintió, sin ningún ápice de duda.

—¿Quieres que me quede?

Y Changbin tenía la respuesta más clara que nunca.

Por eso sus cuerpos se fundieron en un cálido abrazo, uno de esos que te hacen suspirar y comprender que va más allá de la propia temperatura. Una sensación que no solo te acaricia la piel, sino el alma. Y no había nada más reconfortante que un abrazo cuando dentro de ti no la lluvia no cesaba.

Al menos para Félix.

Aquella noche las caricias no tuvieron límite, repasando sus cuerpos sobre la ropa mientras disfrutaban del silencio y de la mirada del contrario. Mientras escapaban de sus figuras como futuros competidores del campeonato de Seúl para pasar a ser simples almas que necesitaban un poco de paz. Félix no era capaz de pensar en nada, salvo en lo mucho que adoraba sentirse tan especial y querido. Tan válido. Changbin intentaba no hacerlo, aunque sus mejillas incandescentes resultasen tan evidentes.

—Debería estar disfrutando esto, pero...

—¿Estás incómodo?

El chico negó de inmediato, hundiendo más el rostro en su pecho, aspirando de nuevo el aroma de su camiseta y cerrando los ojos.

—No me refiero a esto, sino al campeonato —explicó, suspirando en cuanto los dedos del moreno se aventuraron entre sus sutiles rizos dorados.

—Es difícil— añadió, terminando su frase.

—Mucho —admitió—. Pienso en el Príncipe de Hielo, en el entrenador, en ti, en los participantes...

—¿Y en ti?

Félix volvió a mirarle, con esos ojos confusos y centelleantes.

—¿En mí? —Se encogió de hombros—. Cuando pienso en mí es solo para buscarme defectos.

—Entonces no lo estás haciendo.

—No entiendo a qué te refieres.

—A que cuando te incluyes dentro de tus reflexiones es para compararte y tirar tu trabajo por tierra.

Sus ojos se abrieron en exceso, para luego dejar a sus pupilas perderse. Fue como hacer click, como ver un nuevo objeto que siempre pasó desapercibido ante ti, la evidencia oculta entre miles de pistas falsas. Ahí estaba de nuevo, pecando y revolviéndose en su propio veneno. En ese que llevaba años sumergido y del que, en vez de intentar salir, se había convertido en su baño personal, desde donde pasaba las horas con el cuerpo entumecido mientras se dedicaba a mirar a los demás.

Under my skin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora