capítulo 9

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Félix había tomado una nueva decisión.

Dos en realidad.

La primera, que era hora de volver a acercarse a Changbin pues, por mucho que aquellos días en soledad hubiesen sido realmente terapéuticos, le echaba de menos. Y también se sentía mal. Su amigo era una persona que sabía ocultar a la perfección su estado de ánimo, pero el rubio era capaz de captar el significado oculto en cada una de sus expresiones. Lo último que quería era ensuciar su trayectoria en el campeonato por no ser capaz de solucionar sus propios problemas. Quería estar ahí, para apoyarle e impulsarle. Para entregarle aquello que siempre había recibido de él.

La primera era fácil.

La segunda no.

Salió de la ducha después de su entrenamiento rutinario, colocándose la sudadera y hundiéndose bajo la capucha, esperando que su cabello húmedo se secase por el camino, pues no quería resfriarse dentro de aquel congelador. El muchacho era consciente de que la única forma de encauzar aquella situación era estar a solas con sus pensamientos. De probar su nueva manera de afrontar la situación.

Una vez llegó a las gradas tomó asiento, observando la figura del chico que, aunque tan frío y solitario le pareciese a todo el mundo, siempre estaba rodeado de atención. Esa que por algún motivo tanto deseaba y que seguía sin comprender. Tal vez porque siempre se centró en ser mejor que él mientras se fustigaba por tenerle tanta envidia.

Así que decidió empezar a asistir a sus entrenamientos, como manera de exponerse a ese humo negro que corrompía su mente y le enfermaba.

El pelinegro se movía con una soltura sin precedentes, como si en vez de patinar bailase sobre el hielo y este se amoldase a su paso, acogiendo las cuchillas aun si se hundían con demasiada fuerza. Pero no era solo su técnica, o su forma física más que envidiable, sino sus expresiones. Aunque le fastidiase admitirlo a Hyunjin realmente le apasionaba el patinaje. Era tal y como su entrenador había dicho: cuando ponía sus pies en la pista volaba. Brillaba.

Y él deseaba brillar también.

Está bien si sentía su piel arder, o sus pulmones incendiarse. Si el humo espeso y pegajoso se mezclaba con la sangre y apretaba los dientes con demasiada fuerza. Si las voces se tornaban estridentes o un simple susurro. Si le gritaban que se callase, si le gritaban que protestase. Porque no importaba si la envidia le corroía y debía permitir un día más que ambas partes de su mente se enfrentasen y retomasen esa estúpida y constante pelea.

No importaba si no era él quien peleaba consigo mismo.

Si aceptaba que esas eran sus emociones. Que desearía brillar en la pista y poder volar de nuevo sobre el hielo. Que todos los ojos presentes se volviesen hacia él y me admirasen hasta ser deslumbrados.

Que envidiaba a Hyunjin.

Y que sería de la peor de las formas hasta que fuese capaz de focalizar la atención en sí mismo, y mirar a los demás con curiosidad y no con necesidad para fortalecer su autoestima o hacer que esta se tambalease.

Y así fue. Cada día que acababa su entrenamiento en vez de volver a su habitación se sentaba en la grada, dispuesto a enfrentarse a aquellas ideas nocivas y a observar el panorama. Sin juzgarse, sin castigarse. Solo permitiéndose ser. Hasta que empezaron a remitir a medida que las iba gestionando. A medida que era capaz de apreciar y aprender de las habilidades de Hyunjin, y no solo de tirarlas por tierra y reprocharse por no ser capaz de igualarlas. Justo en ese momento decidió que era hora de exponerse al otro extremo. Y empezó a fijarse también en cómo entrenaba Changbin, pues aunque compartiesen pista había decidido no focalizarse en su amigo.

-¿Estás seguro? -le preguntó el moreno mientras aseguraba sus botas, apretando los cordones.

-¿Qué pasa? ¿Tanto has empeorado? -bromeó el chico, llevándose un empujón.

-Vas a flipar, Lee.

Y así fue.

Ver patinar a Changbin siempre había sido espectacular. Al menos siempre que sus pensamientos se lo permitían. Que era capaz de despegarse de estos para conectar con lo que su amigo quería transmitir. No era solo pasión, o fluidez. Era potencia. Una energía que hacía vibrar el hielo, que podía resquebrajarlo en pedazos. Y aun así se mantenía ahí, con una firmeza asombrosa.

-¿Qué tal? -le preguntó, una vez terminó su programa, apoyándose al otro lado de la barandilla, aún en sus patines.

-Eres increíble -afirmó, posando sus codos sobre la misma superficie y observándole de cerca, arrancándole una suave risa.

- Que exagerado.

-Has mejorado mucho desde que te vi patinar por última vez.

-¿Y cuándo me dejarás verte a ti?

Félix sonrió, cabizbajo, posando su diestra sobre el hombro del moreno.

-Espero que pronto.

[...]

No tenía muy claro a cuántos entrenamientos del Príncipe de Hielo había asistido, pero sí que fueron suficientes como para poder vislumbrar un campo de claros y oscuros, y no solo de aquella imagen que apestaba a oro y perfección. Hyunjin tenía unas habilidades impecables, pero también fallos. Y eso, aunque le hiciese sentir mal, reconstruía un poco de su ego. Sin embargo, al mismo tiempo le otorgaba mucha paz. Que la excelencia no solo se compone de aciertos, sino también de errores. Que precisamente son esos los que te ayudan a alzarte con la victoria.

Al principio Félix pensaba que el muchacho no los cometía. Que una vez erraba no volvía a tropezar con esa piedra, como si fuese un muñeco autómata. Tras varias sesiones descubrió lo equivocado que estaba.

Hyunjin también se frustraba. También se avergonzaba cuando metía la pata. Sin embargo, aunque se notase su seriedad, no parecía fustigarse con lo ocurrido. Como si le importase, pero al mismo tiempo no fuese para tanto.

Igual que la presencia del rubio en cada uno de sus entrenamientos.

O eso pensaba, hasta que un día se acercó a él al finalizar su sesión.

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