CAPÍTULO 2

9 2 0
                                    

Bajé a desayunar, como cada día de entre semana, una rutina que me gustaba ver como parte de la disciplina en la que me encontraba recluido y, por tanto, había a vuelto mi zona de confort. No hice nada fuera de lugar, mas algo se sentía distinto, lo que terminó por inquietarme considerablemente. Dicen que los hombres solemos ser distraídos con los pequeños detalles, en mi caso fue imposible no notarlos.

En una mujer donde sus prioridades abarcan a su familia y la casa, la ropa es lo de menos, los accesorios un sueño y el cabello un estorbo. Me percaté del cuidado con que comenzó a atar su cabellera, ningún cabello se encontraba fuera de su sitio; percibí la primera vez que utilizó perfume, uno de bergamota y sándalo; incluso el día en que volvió a despedirme con un beso en mi mejilla, pude sentir la suavidad de su piel que le dejan las cremas que de pronto tenía en su tocador.

Aquella mañana, en particular, llevaba uno de esos vestidos que escondía al fondo del armario, acompañándolo con unos zapatos de charol que casi paso por alto, si no fuese por el tap tap tap del tacón alto que les delató. Hasta ese entonces desconocía lo hermosa que era a sus 33 años, al igual que lo torpe que podía ser al mentir, pues a simple vista se notaba que se arreglaba para alguien más. Extrañamente, temí averiguar ¿quién?

—¿Saldrás al supermercado?

—Am... Sí —afirmó, colocando el desayuno frente a mí—. ¿Quieres que te traiga algo?

—No. —E intenté centrar la mirada en mi comida, mas al desviar la vista hacia su persona, me topé con su sonrisa.

—Provechito, cariño.

Mi madre no parecía mi madre, se me hizo imposible reconocerla, sobre todo al escucharla tararear; eso terminó por desconcertarme por completo, pues no había escuchado ese melodioso cántico desde que dejé de ser un niño. Traté de retomar la compostura, aunque se me hizo imposible no ceder a la curiosidad.

—Te noto diferente —confesé, sorprendiéndola.

—¿D-de verdad? —Se veía nerviosa—. S-solo buscaba arreglarme un poco. —Entonces, por costumbre y pavor, desvió la mirada hacia las escaleras que llevaban al sótano—. ¿Por qué? ¿Es raro?

—No dije eso.

Para ser sincero, no sé por qué lo hice, pero de pronto me vi recogiendo el desayuno de mi padre y bajando al sótano para que ella no tuviese problemas con él cuando la viese tan ansiosa. Golpeé la puerta dos veces, escuchando cómo se acercaba, abriéndola como si tratara de sorprender a un fantasma, perturbándome un poco. Todo en Enar era siempre lo mismo: barba completa larga, su traje formal con bata, una altura imponente y ojos que aparentaban carencia de empatía absoluta, una mirada que resultaba difícil de sostener.

—¿Por qué vienes tú?

—Tengo curiosidad. —Desvíe la mirada hacia el interior—. ¿Qué es lo que hace tan temprano?

Siempre parecía estar enojado sin razón aparente, mas verlo fruncir el entrecejo terminó por hacerlo evidente.

—¿De verdad te interesa?

—También estoy pensando en estudiar medicina.

—¿Ah, sí? —Dudó un momento, mas terminé arrepintiéndome cuando lo vi elevar un lado del labio al tratar de sonreír—. De acuerdo, acércate.

Lo seguí hasta la camilla en medio de la sala, apartando la sábana con la misma agresividad conque abrió la puerta. La escena no me incomodó: el olor me fue interesante, el color de la piel desnuda no era desagradable y las facciones me indicaban que se trataba de una mujer en sus noventa. Lo único en lograr sobresaltarme fue descubrir la mirada de mi padre centrada en mi entrepierna, para luego reír en cuanto confirmó que yo no era un maldito enfermo; aunque no sé si estaba aliviado o más bien decepcionado por ello. Era evidente que él no me consideraba alguien valiente, sino un niño presuntuoso que huiría a la primera muestra de crudeza.

DICOTOMÍA INDIFERENCIADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora