Escuché a mi padre subir las escaleras, sus pasos eran firmes, ni siquiera tuve que adivinar hacia dónde se dirigía.
—Ya no, Enar, por favor.
¡PAM!
Se cerró la puerta detrás de él. Como de costumbre, se escuchan algunos golpes ahogados, probablemente, se trataba del cuerpo de mi madre cayendo al suelo de rodillas y manos. Desde que era niño testifiqué sus intensas interacciones: ella suplicando piedad, pero él siempre terminaba por someterla a su voluntad. Con los años, Roxanne aprendió a solo dejarlo hacer lo que quería para terminar rápido con la tortura, dejándola en paz durante otro mes más, pues, para su fortuna, aquel que había escogido como esposo, no era tan libidinoso como el resto de hombres que ella había conocido en su juventud.
Después de un momento de silencio, lo escuchaba caminar por el pasillo, bajando las escaleras, haciéndolas rechinar con su peso. Las primeras veces que me animé a salir de mi habitación, la encontraba llorando en el suelo o en el borde de la cama, cerrando la puerta por la vergüenza que sentía mostrarse tan miserable frente a su hijo. Pensé en poner música durante el ataque para impedirme discernir entre un sonido y otro, optando por escuchar todo, como un castigo para los tres. Reflexioné en si entrometerme o no en la situación cientos de veces, mas con el paso del tiempo, llegué a la conclusión de que ella no quería ser salvada, ya que jamás la vi buscar ayuda.
—¡Enar, basta! —De manera que sentí extraño que volviera a desistir—. ¡AHH! ¡Ayuda!
El grito me asustó, sacándome de la cama en un brinco. Al abrir la puerta seguía escuchando su clamor de auxilio, así que corrí hacia su habitación, quedándome en el marco de su puerta, perplejo ante la escena. Enar la había golpeado cuando se negó y ella trató de escapar sobre la cama, pero la cogió de la pierna para jalarla de regreso a él. Roxanne lo golpeó con la linterna de la mesa de noche, liberándose de su agarre para salir de la cama y correr hacia la puerta.
—¡Ciaran, ayúdame! —exclamó desesperada.
Abrí mis brazos y la abracé, girando para que la lámpara que Enar había arrojado golpeara mi espalda, en lugar de la suya. Cuando lo vi acercarse la escondí tras mi espalda, encarándolo sin dubitar.
—Quítate, y vuelve a tu habitación.
—Dejó muy en claro que no quiere nada contigo, así que déjala.
—¡REGRESA A TU MALDITO CUARTO!
—¡NO!
Mi madre aferró sus uñas a mis brazos, y cuando él trató de alcanzarla lo terminé empujando hacia el pasillo, logrando que cayera de espalda al suelo.
—¡No vuelvas a acercarte a ella o llamaré a la policía para denunciar tu abuso! —le advertí, sorprendiéndolos.
Me desconocí en ese momento. Ninguno denotó lo obvio: que él ya no era quien tendría la última palabra... Lo vimos levantarse del suelo y bajar las escaleras, no nos movimos hasta que escuchamos la puerta principal cerrarse detrás de él. Solo podíamos adivinar hacia dónde había ido, siendo algo que nos interesaba, considerablemente, poco. Su llanto me hizo girar, sosteniéndola en mis brazos cuando sus piernas se doblaron. El alivio le quitó el aliento, de manera que la cargué, cual princesa, para llevarla hacia la desordenada cama de su habitación. Fui por el botiquín que escondía dentro del armario y comencé a curar sus heridas: tenía un corte de anillo en el pómulo de su mejilla, así como un corte en su labio y moretones en sus piernas debido al brusco agarre.
—¿Por qué de pronto pediste ayuda? —pregunté, obteniendo completa atención de sus brillantes ojos verdes, de los cuales empujó la última lágrima.
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DICOTOMÍA INDIFERENCIADA
Mystery / ThrillerCiaran es un adolescente que no logra discernir entre el bien y el mal, pero sí cree saber lo que es amar. ¿Cómo se supone que sobreviva a un amor caótico si carece de la ética moral para escoger la opción correcta?... Si es que esta existe.