CAPÍTULO 3

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En el tiempo en que cursaba el último año de educación secundaria, varios aspectos de mi vida habían cambiado, desconozco si para mal o para bien. Mis calificaciones mejoraron y ya no me parecía tan exasperante tener compañía durante el receso, de manera que Ivet me fue soportable de lidiar, aunque Amaris aún se mostraba retraída a tratar conmigo.

—¡Ciaran, aquí! —me llamó Ivet, extendiendo el brazo para resaltar su posición junto a Amaris—. ¿Dónde estabas? ¿Por qué llegas tan tarde?

—Tuve que ayudar a mi padre con un pequeño asunto.

—¿Qué fue? ¿Tuvo que arreglar el carro o algo así?

—Mm... Digamos que debía preparar algunas cosas.

—Uh, qué aburrido. De seguro fue algo con el carro, esas cosas siempre tienen asuntos por arreglar. —Entonces miró a su amiga y sonrió con maldad—. Qué malo eres. Como no dijiste nada, nos tenías preocupadas. ¿No es así, Amaris?

—¿Ah? —Al escuchar su nombre, levantó la mirada de su cuaderno, encontrándose con la mía, sonrojándose al no percatarse de que me encontraba frente a ella—. ¡¿Eh?! ¡No, no, no! —Pegó su mano a mi rostro para alejarme un poco—. ¿Por qué estaría preocupada?

—Dijiste que esperabas que no se hubiese enfermado, y lo dijiste con una voz tan melancólica.

—E-eso no significa nada, deja de tergiversar las cosas.

—¿Qué tienes ahí? —pregunté, al tomar su cuaderno de dibujos.

—Ey, eso es mío. —Hicimos contacto visual, desistiendo a la rabia—. P-pero tú sí puedes verlo... si quieres.

Eran algunos bocetos, de apariencia sencilla, sobre diferentes poses con precisión anatómica, lo que me pareció increíble.

—Wahh. Has mejorado bastante —le elogió Ivet primero, ya que contaba con la maña de adelantárseme—. Deberías meterlos al concurso de dibujo.

—¿Será? Aún no creo ser tan buena.

—Puede que no te consideres de las mejores, mas estos bocetos son propios de una experta. —Mi comentario logró animarla un poco, perdiendo la vergüenza.

—A ti... ¿Te gustan?

—Por supuesto.

—¡Es más! —exclamó su amiga—. Ahora mismo los llevaré con Miss Carmen.

—No, Ivet, espera —trató de detenerla, siéndole imposible cuando notó que le cogí la mano para retenerla.

—¿Tienes más dibujos? —fue la excusa que se me ocurrió.

De su mochila sacó otro cuaderno y, sin decir nada, los colocó frente a mí para que los ojeara. La mayoría se componían de bocetos variados, pruebas del tiempo y dedicación que le dedicaba aquello que más disfrutaba.

—Ciaran...

—¿Mm?

—¿Has pensado si en quedarte en este pueblo toda tu vida?

—Nunca, simplemente, no me interesa dónde terminaré.

—¿En serio?

Sigo revisando el cuaderno, demasiado entretenido en buscar algo más que bocetos. A pesar de ello, sí noté la extraña expresión que hizo, aunque no pude comprenderla del todo, pues todavía se me dificultaban las emociones ajenas.

—Yo tampoco he meditado mucho al respecto —comentó sin haberle preguntado—. Me aterra la incertidumbre del dónde y cómo terminaré, pero estoy dispuesta a hacer sacrificios si estos logran sacarme de mi zona de confort.

Experimenté un extraño escalofríos. Fue cuando me topé con un dibujo terminado: los colores, las formas irreconocibles y los trazos eran peculiares, lo suficiente para hipnotizar a cualquiera con un mínimo de curiosidad. «Quizá presente ese en el concurso», murmuró. Hace un momento no estaba convencida de participar, pero en cuanto le sonrió a aquel dibujo, dejó de acobardarse y hasta le pareció buena idea. Aquel aspecto de ella me impresionó, y aunque no estaba seguro de comprender del todo mi sentir, estoy seguro de que mi corazón no se aceleró por casualidad.

—Quiero ser cercano a Amaris —confesé al fin, desconcertándola por completo, mas no me doblegué más—. Eres su única amiga, Ivet, la persona más cercana a ella. Ayúdame a llegar a ser igual de íntimo.

—Cómo. ¿Estás enamorado de Amaris?

—Es... lo que trato de averiguar.

No parecía tan sorprendida, su semblante se resistió bastante para no reflejar un segundo sentir, y sus palabras, como de costumbre, fueron justo lo que su interlocutor quería escuchar.

—Entonces deberás hacer lo que yo te diga.

—No me gusta cómo suena eso.

—¿Da miedo no tener el control? —se burló con cierta picardía al acercarse—. Ciaran Madsen... ¿Quién hubiese imaginado que, después de todo, sí tienes un corazón que late?

—Si no latiera estaría muerto.

—Es un decir. —Su desánimo ante mi postura fue evidente cuando se alejó para seguir jugando con la flor del césped—. Ya, si eres tan listo, ¿por qué pides ayuda para algo tan simple como confesársele a la chica que te gusta?

—Porque temo que se espante, no soy bueno para expresar mis emociones.

—Es lamentable ver que desconoces la ventaja que posees en este momento.

—¿Eso qué significa?

—Hasta ahora te has mantenido al margen para que se acostumbre a ti, pero ya te considera su amigo, solo tienes que dar el siguiente paso.

—¿Qué debo hacer?

—Tienes que invitarla a salir.

—¿Te refieres a una cita?

—¿De verdad tienes que preguntar? ¿Qué otra cosa podría ser?

—No me encuentro familiarizado con nada de esto, y si te lo comento es porque pensé que serías más considerada.

—Bien, tampoco tienes que hacerme sentir culpable. —Me miró con una ceja arqueada—. ¿Al menos comprendes lo que implica tener pareja?

—Considero que las relaciones a esta edad carecen de verdadera importancia dada su brevedad, son solo para ganar experiencia en el mundo del apareamiento, por lo que tomársela en serio es un desperdicio de tiempo y energía.

—Eso sonó muy contradictorio, ¿sabes?

—No obstante —me sobé el cuello—, me resulta imposible ignorar la impaciencia de verla, el escalofrío al escuchar su risa y lo fácil que me enerva con su fortuito contacto. —De pronto me sentí extraño, mi frecuencia cardiaca se aceleró—. Si bien es lógico deducir que esto es influenciado por los cambios fisiológicos que se experimentan en la adolescencia, no puedo evitar ceder ante estos, de manera que me veo en la obligación de satisfacerlos para recuperar la tranquilidad que pierdo por ella. —Como ya no dijo nada, tuve que girar a verla para averiguar el motivo, encontrándola absorta en mi rostro—. Qué.

—Tienes que estar bromeando... ¡Eso fue precioso!

—¿Qué parte?

—¡Todo! —Desvió los ojos de pronto—. Carajo, casi me haces sentir celosa.

—No entiendo.

—Como sea, no tiene caso.

Su mirada denotaba abatimiento, mas no pude intuir el motivo de ello.

—Ivet. —Volvió a verme, mostrando una sonrisa.

—Tengo una idea para que ganes confianza y puedas invitarla a una cita.

—¿En qué consiste?

—Solo tienes que decir «Sí» a todo, yo me encargo del resto.

DICOTOMÍA INDIFERENCIADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora