Los días pasaron, luego semanas y así hasta que el año terminó, sin más novedades por digerir. Pasé las vacaciones ayudando a Enar con su trabajo y parte de los velorios, algo a lo que traté de no acostumbrarme; para mi sorpresa, Ivet se me unió de vez en cuando, esto con tal de pasar tiempo a mi lado. Era obvio lo que trataba de hacer, y por más que se esforzó, no consiguió convencerme por una sencilla razón: no era Amaris. A pesar de mi evidente y nada sutil indiferencia a su trato, a mediados del siguiente año pidió ser mi pareja. Pensé que era estúpida, mas era yo el idiota que, por tartar de evadir responsabilidades, terminé por cometer el peor de mis pegados. La sensación de vacío e inconformidad me hizo aceptar su propuesta, a pesar de no corresponderle emocionalmente, lo cual no parecía importarle mucho.
Ivet era una chica ordinaria y, por tanto, aburrida, demasiado para mi gusto. Disfrutaba de pasar horas frente a un televisor, le encantaba ver películas de romance y comer palomitas mientras recostaba la cabeza sobre mi hombro. Cuando no estábamos en el cine o en su casa, ella me pedía acompañarla a comprar ropa y utensilios de cosmética, dos cosas que resaltaban muy bien su superficialidad. No era una mala persona, pero sí una influenciable y sumisa, aspectos de los que me aproveché cada vez que se me presentaba la oportunidad.
—¿Cómo se me mira? —preguntó, al salir del vestidor, para mostrarme cómo le quedaba el séptimo vestido que había escogido—. ¿Te gusta?
La escruté rápido, no había nada importante a resaltar. Su figura cumplía con los requisitos físicos aceptables por la sociedad: su cabello era como el de las revistas de moda, con el equilibrio perfecto entre extravagante y ordinario; y el maquillaje se asemejaba al de cualquier maniquí, le resaltaba lo falsa.
—Ahórrame la molestia, ¿quieres? —es todo lo que tuve por decir, previo a salir de esa tienda.
El tiempo volaba, yo acababa de cumplir diecisiete años y aún me sentía inseguro sobre lo que hacer con mi vida, a conciencia. Desconocía el tipo de relación tenía con Enar, no sabía qué buscaba con tener a Ivet a mi lado, y aún ignoraba la causa del agobiante sentimiento de vacío que me robaba el aliento y el sueño cada día, trastornos del sueño que los medicamentos no podían curar y a los cuales me tuve que acostumbrar. En el caso de mi padre, la tensión inherente aumentó considerablemente para ese punto, cada interacción era una prueba de autoridad que no me permití perder, ya que eso equivaldría ocupar el lugar miserable que tenía mi madre; Enar necesitaba de alguien que le hiciese sentir superior, y carecer de esto era lo que le mantenía de un humor insufrible.
—Ven, necesito que te encargues de las flores.
—Cuando termine de leer este libro, quizá baje a ayudarte —me excusé.
—¿A caso sonó a una maldita sugerencia? —Me arrebató el libro—. Debes comenzar a tomar más participación en esto, si no serás incapaz de realizar, correctamente, hasta lo más básico del trabajo, el día que heredes el negocio familiar.
—¿Quién dice que seré médico forense? Quiero ser psiquiatra.
—¡¿Psiquiatra?! ¿Ahora qué estupideces dices? La psiquiatría no es más que una profesión experimental, sin ciencia que le respalde, solo basada en conjeturas y verdades tergiversadas a conveniencia del tratante.
—Jamás dije que me importara el dinero.
—Entonces, ¿lo harás para ayudar a las personas? ¡Ja, ja, ja, ja! Deja de hablar como si fueses una buena persona.
—No tengo que demostrarte nada, así como tampoco hacer tu voluntad.
Eso ya no le agradó en lo absoluto, acercándose con una mirada impositora que buscaba doblegarme.
—¿Quién te hizo creer que puedes elegir qué hacer con tu vida?
—Mi albedrío.
En cuanto llegó a la orilla de la cama, me cogió del cuello de la camisa y me arrojó al suelo, donde prosiguió a patearme el abdomen un par de veces. Pensé en levantarme, pero sabía que eso solo empeoraría la situación, condenándome a un enfrentamiento peor en el futuro, de manera que me limité a soportar el dolor. Él estaba convencido de que la violencia física era suficiente para dominar a cualquiera, asegurándome de demostrarle que necesitaría más que fuerza bruta para degradarme a la basura que hizo de Roxanne. Mi postura se mantuvo igual, siempre respondiendo con repugnancia hacia sus peticiones y reclamos, lo cual le frustraba y a mí me divertía hasta cierto punto. Me prometí sobrellevarlo, el tiempo que fuese necesario, al menos hasta cuando al fin pudiese irme de aquella casa que solo me traía desagradables recuerdos y aterradoras lecciones de vida.
Con respecto a mi relación con Ivet, había algo que no se sentía bien, no obstante, evité que ella lo notara. Si bien fui duro con ella a un inicio, después de un año pude lidiar con mi inconformidad, con la idea de ganar algo de tiempo para saber qué hacer con ella. Nos volvimos cercanos, incluso cumplíamos con los criterios de amantes; más por deseo de ella que mío, ya que venía dándome lo mismo el contacto piel a piel. Mas si accedí a sus caprichos, fue por la sensación de ausencia de algo en mí, un espacio que busqué llenar con su cuerpo y del cual no me sirvió de mucho, pues, aun teniéndola a mi lado, me sentía solitario. Ivet se estaba convirtiendo en una mujer loable, había adoptado varias aptitudes que la hacían alguien decente y de la cual alardear; por lo que deduje que mi estado no tenía nada que ver con ella.
¡Achís!
—Parece que me enfermaré —comenté.
—Mm. Dicen que cuando estornudas de la nada, es porque alguien ha pensado en ti.
—No creo que sea así —rechacé la idea—. ¿Quién podría estar pensando en mí?
—No sé... Quizá yo. Tu imagen se me cruzó por la mente y sin querer te hice estornudar.
Era creativa para recordarme lo mucho que me amaba, al punto de sentirme algo culpable por no corresponderle con más que una sonrisa forzada.
—Detesto esa sonrisa que sueles darme —confesó molesta.
—Acostúmbrate, porque será la única que te mostraré.
Sentados en el sillón de la casa de sus padres, viendo su película favorita, Los locos Addams, la vi sonreír con el mismo furor de su risa. Sus ojos brillaban, y no solo por lo que captaban del televisor, sino por el simple hecho de tenerme a su lado, lo sé por la forma en que agarraba mi mano. Le recogí el mechón de cabello tras la oreja, revelando sus pendientes dorados de argolla.
—Me recuerdas mucho a una persona que no creí que extrañaría —comenté sin cuidado, y ella volteó para verme los labios.
—¿Se... trató de alguien especial?
En lugar de responder, sacie su deseo al posar mis labios en los suyos. Decirle que me recordaba a mi madre, no hubiese sonado nada bien... En un momento, abrí los ojos sin dejar de besarla, notando esta delgada sombra detrás de la pared que daba al pasillo, consiguiendo hacer contacto visual con Emil: el hermano menor de Ivet. No dijo nada, solo me observó como el homosexual reprimido que escondía ser.
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DICOTOMÍA INDIFERENCIADA
Mystery / ThrillerCiaran es un adolescente que no logra discernir entre el bien y el mal, pero sí cree saber lo que es amar. ¿Cómo se supone que sobreviva a un amor caótico si carece de la ética moral para escoger la opción correcta?... Si es que esta existe.