CAPÍTULO 13

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Hacía una semana desde la última ocasión en que le había visto, tiempo insuficiente para poder meditar lo que debía hacer, sin embargo, ya lo tenía siguiéndome de nuevo, exasperándome una vez más con sus ruegos.

—Ciaran... Ciaran, por favor.

—¡Por favor! —Me detuve para girar—. Se lo suplico, ya no me busque más.

—Ciaran... —En su semblante, el policía denotaba preocupación y lástima—. Lo tenemos todo, solo hace falta un testigo, entonces el rompecabezas estará completo.

—No me interesa. —Continué mi camino, pero me tomó del brazo con rabia para retenerme de nuevo.

—Si no lo haces, no podré garantizar tu seguridad y terminarás como tu padre. ¿Es eso? ¡¿Es eso lo que quieres?!

—¡Ya le dije que me deje en paz!

—¡Ey! —exclamó uno de los transeúntes—. Deja el chico tranquilo, maldito blanco.

La situación empeoró rápidamente, por lo que cuando me soltó, ya era demasiado tarde para evitar el desastre. Más personas, de tono de piel semejante al mío, nos habían rodeado, pues creía que el oficial ejercía algún tipo de abuso de poder contra un chico de color. Se veía asustado, pero no más que yo. Una vez se me presentó la oportunidad, lo aparté de mí para salir corriendo, ni siquiera quise imaginar lo que sería de él por hacer aquello, solo me preocupaba por mí y lo que pasaría si mi padre se enteraba de que había tenido otro encuentro con la policía. Enar no me asustaba, mas me encontraba harto de tener que lidiar con peleas a diario, ya sea física o verbales con él. Quería que todo acabara como por arte de magia, pues, al igual que Roxanne, temía tener tal responsabilidad.

Aun con una respiración agitada, invadido por la adrenalina, golpeé la puerta varias veces, desesperado. Sabía que sus padres no estarían, así que pensé quedarme con ella hasta tarde, lo que me daría tiempo para considerar qué decirle a mi padre respecto al policía; decepcionándome al ver que fue el hermano quien abrió la puerta.

—Emil, ¿está tu hermana?

—Eh... Hoy trabaja de niñera hasta las diez.

—¿De verdad? Mierda.

No quería ir a casa todavía, sabía que mi padre estaría ahí y yo no tenía mi máscara lista para fingir que tenía todo bajo control, lo que aumentaba la posibilidad de que Enar usara la grieta de mi miedo a su favor. No podía mostrarme vulnerable ante él, y tampoco conocía otro lugar dónde desahogarme.

—¿Necesitas algo? —preguntó al notar mi angustia.

—Am... De hecho, de no ser molestia, ¿podrías darme un vaso con agua?

—Sí, no hay problema, pasa.

Cerré la puerta detrás de mí, adentro no hacía tanto frío como afuera.

—Siéntate —me invitó, al señalar el sofá.

Le tomé la palabra, quitándome la sudadera, dada la calidez del lugar. Tardó una nada en llevarme el vaso con agua, ocupando asiento en la otra esquina del sofá donde me encontraba.

—¿Te sucedió algo? —preguntó, un interés que percibí en tono extraño.

—Nada de lo que debas preocuparte.

—Eso es soberbio, ¿cómo sabes lo que me preocupa y lo que no?

¿Soberbio? Eso me ofendió de alguna manera, obligándome a ser claro para hacerlo callar.

—Es una larga historia, no lo entenderías.

—Bien, no te enojes, solo buscaba hacer conversación. —Dejé el vaso sobre la mesa de centro y él observó el movimiento como si le gustara lo que veía frente a él—. Vienes a querer distraerte, ¿no? Para eso buscas a mi hermana.

—¿Por qué? ¿Quieres entretenerme en su lugar?

—Puedo hacerlo... y mucho mejor que la torpe de Ivet.

Era la primera conversación que teníamos, mas algo me decía que no era su habitual forma de hablar. Sus intenciones, a pesar del lenguaje subliminal, eran explícitas. Al fin, cediendo a su deseo, dirigió la mirada hacia mi entrepierna, un vistazo rápido que alcancé a notar.

—¿Tienes pareja, Emil?

—Aún no... Estoy esperando a la persona que cumpla mis expectativas.

—Me refiero a una pareja sexual.

Me sostenía la mirada, algo que pocos han logrado por más de tres segundos. El chico de quince años sabía lo que quería, y ¿quién era yo para negárselo?

—No tiene por qué llegar a ser especial —comentó, por si era eso lo que me intranquilizaba—. Tampoco debe enterarse alguien.

—¿Quieres comprobar si puedes soportarlo? —Asintió con la cabeza—. Bien, es todo tuyo —le permití, mirando mi entrepierna.

Sin decir nada, se levantó de su asiento y caminó hasta quedar frente a mí, donde se arrodilló, llevando sus manos hacia los botones de mi pantalón, bajándome el zíper y sacando aquello con lo que estuvo fantaseando. Sin dejar de verme a los ojos, se lo metió a la boca, degustándolo como a un dulce de su sabor favorito, desesperado por destacar de cualquier amante que llegaría a darme una felación. De inmediato noté que era su primera vez, pues aunque lo hacía bien, tan solo era un poco mejor que su hermana. Si debo reconocerle algo, sería su habilidad para transformar mi ansiedad en placer, logrando distraerme del motivo de mi llegada, angustia que se convirtió en gemidos de placer cuando se me subió encima para complacerse también. Era un tanto torpe, pero funcionaba para el momento, teniéndolo que arrojar hacia un lado del sofá, demostrándole cómo hacerlo correctamente. Si me habló, no me percaté, me encontraba tan desesperado por un alivio rápido que solo logré regresar a la realidad una vez que había acabado. Me alejé para acomodarme los pantalones, dándole un vistazo al desastre que se había dejado en el sofá.

—Derramaste demasiado como para no haber sido tu primera vez —denoté.

—Depende de la persona y su técnica... aunque el tamaño también influye.

—Mm... —Di un último suspiro, tratando de recordar el motivo de tal impulsividad, encontrando mi mente más clara que nunca—. Debo irme.

—¿Cuándo lo repetiremos?

—Lo que a mí concierne, aquí nada ha pasado. Te surgieron creer lo mismo.

—No finjas que no lo disfrutaste.

—Tampoco fue gran cosa.

—Ja, ja. Wah... Mi hermana tiene razón, solo vez a tus amantes como un desestresante.

—¿De verdad? —Recogí mi sudadera—. No suena a algo que diría Ivet.

—Ha estado actuando rara últimamente, se le ve distante y distraída... ¿A caso terminaron?

—No que yo sepa.

—Mm... Qué lástima. —Se vistió también—. Y yo que pensaba apropiarme de ti.

—Hablo en serio cuando digo que esto no se repetirá.

—No eres el primero que me dice eso, por lo que está bien, ya que soy alguien muy paciente.

—Bien, espera sentado entonces.

Me fui sin más, tomando la experiencia como algo insignificante, similar a cuando probé el cigarrillo por primera vez; para mí fue simple curiosidad.

Al llegar a casa, escuché a mi padre en el sótano, por lo que pasé de él y subí a mi habitación directamente, donde me recosté en la cama para tomar una siesta. Para cuando desperté, ya había olvidado lo del policía, de manera que no volví a discutir ese tema con Enar, él ya no debía por qué enterarse de ello.

DICOTOMÍA INDIFERENCIADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora