Bajar a desayunar era extraño, la única variante era ver a Enar frente a la estufa, entregándome su intento de desayuno decente, el cual rechazaba por piedad a mi saludable cuerpo. Ya ni el colegio se sentía normal, fue como si a mi mundo gris entrara un arcoíris, presentándome colores que nunca me interesó conocer. Experimenté náuseas y migrañas que solían dejarme durante horas sobre una de las camillas de la enfermería. Quería volver a la rutina, agobiándome la realidad al darme cuenta de que nada sería como antes, experimentando melancolía por primera vez y de manera desordenada. ¿De quién era la culpa? Porque sí, quería culpar a alguien, necesitaba desahogarme con quien fuese; el inconveniente fue que, durante esa época, yo no solía voltear hacia los espejos.
De alguna forma sobreviví a la abrumadora semana, volviendo al sábado en un parpadeo, solo que este no lo ocuparía un funeral, sino un concurso de arte. No sabía si llegar casual o elegante, de manera que empleé un intermedio: una camisa celeste, pantalón azul y tenis blancos. El lugar se encontraba lleno de gente, personas a las que solo les reconocía la voz, por sus furtivas visitas a casa de mi padre; aunque en esta nueva ocasión no lloraban, más bien reían a gusto. Mis ojos no tuvieron mucho con lo cual distraerse, pues supieron identificar a la hermosa joven de vestido floral, al fondo del salón, quien también sonrió al reconocerme.
—Viniste —se alegró Amaris.
—¿Por qué debería sorprenderte?
—Pensé que te incomodaban los grandes grupos de personas.
—No si no son quienes deban de importarme. —Di un vistazo al rededor—. ¿Dónde está tu trabajo?
—De este lado, ven.
En cuanto cogió mi mano, lo demás perdió relevancia. El recorrido fue corto, el gesto igual, pero la sensación perenne. Quería volver a coger su mano y no soltarla, mas traté de no ser codicioso. Ella me hablaba de cómo se inspiró para realizar su peculiar pintura abstracta, aunque yo no necesitaba tener conocimientos básicos en arte para poder disfrutar de ese momento a su lado.
—¿Qué opinas? —Sus ojos cafés se centraron en los míos—. ¿Hay alguna otra pintura que llame tu atención?
—No lo sé, yo solo vine para verte. —Sin darme cuenta, había sacado una frase de mis pensamientos, lo que no tardó en alterarla.
—¿Pero qué dices? —Se cubrió el sonrojo con las manos—. ¿Siempre has sido así de honesto?
—O-ocasionalmente. —Yo no fui de padecer vergüenzas, mas sí de nerviosismo, sobre todo cuando terminaba revelando algo que trataba de ocultar, pues me consideraba un muy buen actor—. Ignórame si te incomodo, ¿de acuerdo?
—Ja, ja, ja... Son pocas las personas que se animan a ser tan honestas, creo que ahora también me gusta eso de ti.
Después de haber dicho tales palabras, continuó su camino como si nada, ocultando su rostro al darme la espalda, sin percatarse de la perplejidad en la que me había dejado. «¿A caso eso significa que también le gusto?», una duda a la que tuve que dar respuesta, al suponer que se refería a un aspecto relacionado con el aprecio que me tenía como amigo. Pese a ello, me enervó por completo. Su confesión me hizo perder la voz, de manera que solo caminé a su lado sin poder iniciar una nueva conversación. Aún, en el silencio incómodo, resultaba grato verla.
—No muchas personas suelen venir a estos eventos... aunque escuché que estuviste hablando de esto por todos lados, y que esta vez se vendieron más entradas de lo habitual.
—Dudo que mi actuar haya influido tanto.
—No cualquiera se pone a repartir panfletos por ahí sin ganar nada a cambio. La profesora dijo que fuiste un voluntario muy activo.
—Te aseguro que no fue por amor al arte.
—Ja, ja, ja. —Me golpeó amistosamente con su codo—. Sea cual fuera el motivo, gracias por hacerlo.
La motivación de mi actuar era obvia, pero su inocencia lo hizo ver como algo desinteresado, me hizo creer que la bondad se contagia, haciéndome sentir una buena persona con solo estar a su lado.
—Ciaran. —Volteé a verla, centrando la mirada uno en el otro—. Tengo algo que decirte: yo...
Entonces sus ojos se desviaron detrás de mí, algo me robaba su atención, de manera que tuve que girar para saber con quién enojarme. Ivet acababa de llegar, robando miradas con cada tap de sus zapatos rojos con tacón alto, toda su vestimenta era una provocación indecorosa: blusa negra de tirantes y shorts de lona, agarrándose el cabello en una cola alta mientras se acercaba.
—¿No te preocupan las miradas indiscretas? —preguntó Amaris, también sorprendida.
—Solo Dios puede juzgarme.
—Perra —comenté.
—De acuerdo, tu egocentrismo ya superó la línea límite.
—Amaris, nena —la llamó la profesora para tomar algunas fotografías, por lo que tuvo que retirarse.
Una vez que se había alejado lo suficiente, gire con naturalidad hacia la exhibicionista a mi lado, tratando de no parecer agresivo.
—¿Qué crees que haces?
—Soy la mejor amiga, por supuesto que tenía que venir.
—No discutiré lo obvio, lo que no entiendo es por qué buscar llamar la atención.
—¿Por qué te importa?
—Porque la incomodaste.
—Uy... Debe gustarte bastante como para notar ese tipo de cosas. —Aunque quiso sonar burlona, su expresión mostraba cierta molestia—. Deberías preguntar la atención de quién busco conseguir.
—No me interesa. —Me tuve que alejar, ya que estaba irritándome considerablemente.
Olvidé por completo que Amaris trató de contarme algo importante, pues, en mi incredulidad, supuse que tendría otro momento para preguntarle al respecto. Una vez más, mi carencia de iniciativa me jugó en contra, perdiendo la oportunidad que se me había presentado con anterioridad y había ignorado por mi conformismo. La mañana que no vi a mi amada en el salón me preocupé, mas antes de poder hablar con Ivet al respecto, el profesor se adelantó: Amaris había sido transferida a la ciudad, debido al trabajo de sus padres. Decepción, tristeza, ira, me sentí traicionado, y alguien debía cargar con esas emociones.
—¡¿Lo sabías?! —exclamé, al acorralarla contra la pared.
—Por supuesto —respondió Ivet.
—¡¿Y por qué no me lo dijiste?! —me exalté, golpeando la pared con mi palma, haciéndola cerrar los ojos.
—Ey, basta —se quejó—. Supuse que te lo había dicho también, me dijo que hablaría contigo el día del concurso.
—Pero... no me dijo nada. —Me alejé un poco.
Mi cabeza era un lío, no comprendía lo que había pasada en tan poco tiempo, era demasiado para asimilar. Las emociones variaban tanto que no alcanzaba a nombrarlas por estar una sobre la otra, era tan complejo que me abrumé, teniendo que sostenerme la cabeza para tratar de calmar el dolor taladrante en mis sienes.
—Tranquilo... —se acercó, apoyando sus palmas contra mis mejillas, con terneza—. Yo sigo aquí.
Como había cerrado los ojos, no pude detenerla a tiempo, reaccionando una vez que nuestros labios se separaron. Se había delatado con ese simple beso, enervándome por la manera tan sencilla de expresarse. Ella esperaba una respuesta, lo que fuese, obteniendo solo silencio, el cual terminó por interpretar a su favor. Me abrazó, y no se me ocurrió otra cosa que corresponderle al gesto, a pesar de aún hallarme desconcertado. No sé si se debió a los años que pasaron juntas, pero Ivet terminó oliendo a Amaris, al punto en que me conformé con ella, con la esperanza de no anhelar la cercanía que había perdido con la rubia.

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DICOTOMÍA INDIFERENCIADA
Mystery / ThrillerCiaran es un adolescente que no logra discernir entre el bien y el mal, pero sí cree saber lo que es amar. ¿Cómo se supone que sobreviva a un amor caótico si carece de la ética moral para escoger la opción correcta?... Si es que esta existe.