Un accidente provocado por un experimento fallido, lleva a un apuesto caballero del siglo XIX en un extraño viaje por el tiempo. Con los sentimientos a flor de piel y el desconocimiento de su ubicación en el tiempo, Lord Bennett conoce a Emilia, una...
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Emilia empujó la puerta que daba a las escaleras que descendían hasta al sótano convertido en laboratorio. Por alguna razón, la puerta había sido abierta con anterioridad, en el piso, estaba la figura de una persona que yacía en el suelo, delimitada por el simple polvo. El pequeño y oscuro espacio estuvo fuera de los reflectores por muchos años, puesto que la familia del Conde se encargó de omitir aquella información que no deseaban que saliera a la luz. Para los Bennett, sería vergonzoso aceptar que Lord John tenía mayores intereses por la ciencia que por ejercer las interminables tareas que el título de la familia exigía, por ejemplo, estaba su constante negación a desposar a una noble mujer que le diera un heredero.
De igual modo, las irrelevantes invenciones e investigaciones de John, pasaron a último término, luego de que los diarios junto con los experimentos fueron analizados a detalle por los expertos, quienes determinaron que no hubo información relevante que le diera un lugar en el mundo de la ciencia.
John caminó con nostalgia después de ver todo el pequeño lugar cubierto de polvo, no se parecía en nada a lo que había dejado, era apenas un diminuto fragmento de lo que el espacio representó para él.
—¿Por qué este sótano no fue cuidado como el resto del castillo? —interrogó ahogando las palabras que salían muy apenas por su garganta—. Según vi ayer, la armadura de mis ancestros estaba pulida, los lienzos fueron restaurados y mis muebles protegidos, pero... ¿Por qué este, mi sitio favorito fue olvidado?
Emilia sintió el dolor en la voz del caballero, en realidad parecía herido, esta vez era el alma, no el cuerpo.
—Cuando se encontró este espacio y se supo con exactitud lo que era, no se encontraron registros de sus experimentos. Entonces, supusieron que se trataba de algo amateur.
—¿Amateur?
—Una simple distracción para usted —aclaró observando los movimientos de Jhon.
—Ya veo —respondió mientras pasaba un par de dedos por la polvosa mesa—. ¿Dónde están los diarios que mencionó? Señorita...
—Emilia Scott —continuó Emilia a sabiendas de no se habían presentado—. Los diarios fueron colocados en vitrinas, son parte de la exhibición.
Un ligero brillo esperanzador apareció en los ojos de Jhon.
—Entonces, ¿contribuí en algo?
—Lo siento, no. —Negó ella con la cabeza, lamentando su respuesta—. Los científicos no encontraron relevancia y se los dejaron al museo. Cuando llegué aquí, acababan de decidir exhibirlos. El laboratorio, por otro lado, fue cerrado de nuevo.
La joven siguió el empolvado lugar con la mirada y se percató de que alguien había estado ahí recientemente, a pesar de que ese era un espacio restringido.