Capítulo 30: No me iré

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Los ojos de Emilia estaban puestos en el horizonte, había un viento helado que le sacudía la castaña cabellera, pasó toda la tarde en el campo, por lo que sabía que su imagen era un desastre, posiblemente el maquillaje estaba corrido, el cabello e...

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Los ojos de Emilia estaban puestos en el horizonte, había un viento helado que le sacudía la castaña cabellera, pasó toda la tarde en el campo, por lo que sabía que su imagen era un desastre, posiblemente el maquillaje estaba corrido, el cabello enredado y su ropa polvosa, ¿qué importaba? Arthur no quería saber de ella y tenía claro que no regresaría con Michael. Después de varias copas de vino, entendió que Arthur no volvería, se fue para no hablar con ella. Un nudo en el estómago le hizo querer vomitar, también quería llorar, aunque no lo haría, no con sus padres o Michael tan cerca de ella. Optó por respirar hondo y limpiar la pequeña lágrima que se le escapó, el día llegó a su fin y tenía que regresar a París.

A lo lejos, escuchó a Michael hablar por el celular, se veía molesto y de inmediato sospechó que tendría que ser algo de la universidad, prácticamente envejeció cinco años en unos cuantos meses. Luego lo observó golpear el automóvil y entonces supo que algo estaba mal.

«¿Qué sucede?», se preguntó y caminó hasta él.

—¿Qué pasa? —interrogó después de verlo colgar el teléfono.

—¡El auto no enciende! —gruñó el rubio descontrolado con ambas manos entrelazadas sobre la cabeza y los ojos en la nada.

Varios kilómetros de distancia se interponían entre ellos y París, ¿cómo volverían al hotel?

—¿Llamaste a la agencia?

—Eso hice, pero es fin de semana, estamos fuera de París y pasan de las siete.

Emilia arrugó la frente, era evidente que los de la agencia no irían en su rescate.

—Oh...

La enfurecida mirada de Michael se posicionó sobre Emilia, apenas si parecía interesada en resolver el problema que los dejó varados en el campo.

—¿Oh? ¿Eso es todo lo que dirás? —expuso, elevando la voz todavía más.

—¡Michael, relájate! —expresó Emilia poniendo sus manos en él—. Podemos pedir un Taxi que nos lleve de regreso.

Sin embargo, el intento de la castaña por calmar a su exprometido, se vio frustrado por la cólera que amenazaba con no liberarlo.

—¿Cuántas copas bebiste, Emilia? ¿Ya viste dónde estamos? ¡En medio de la nada! —soltó en un grito.

Ella lo vio y frunció el ceño.

—Este lugar no es la nada, es un lugar hermoso, de hecho —dijo analizando su alrededor al tiempo que una sonrisa aparecía de un modo casi instantáneo.

—Lo siento, no discutiré contigo, será mejor que comience a buscar un auto —alegó el hombre, volviendo a su celular.

Emilia negó con la cabeza, se encogió de hombros y continuó caminando hasta llegar al pórtico que decoraba la entrada de la gran casa de los Bennett, con delicadeza, colocó sus manos sobre la pared de aquel paraje. Para ella, era una obra de arte del siglo XVII, se podía sentir ese particular ambiente del que gozó en el castillo de Shrewsbury.

Después de 174 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora