El campo de entrenamiento del palacio Huan Hua

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El repulsivo olor a carne putrefacta alrededor era agresivo, y le retorcía el estómago a quien fuera que intentara poner un pie en la húmeda prisión.

Todo su interior le quemaba. En el lugar donde debían estar sus extremidades solo quedaban muñones mal tratados e infectados. Aquel desolado y lúgubre calabozo era, lo que Shen Jiu imaginaba, la pesadilla más escalofriante que jamás había experimentado.

Durante una semana llevaba soñando con el mismo lugar. Era tan monótono, que incluso podía darse la libertad de contar cuántas manchas de sangre habían esparcidas en el suelo. La putrefacción se sentía tan vivida, que no tuvo más opción que tomar un baño todas las mañanas para llamar algo de la claridad que no tenía.

Claro, Shen Jiu seguiría pensando que eran mucho más agradables esas pesadillas a comparación de otros tipos de sueños que ocasionalmente hacían que sus gritos de espanto cambiaran de calidad.

Shen Jiu había dejado de ser un niño demasiado rápido, obligándose a madurar para trazar un plan hacia su libertad, pero había descuidado algo tan importante como el recordar que también era un ser humano.

Dejando que los pensamientos contaminados se quedaran en la tina, salió hacia su dormitorio aún usando algo para cubrirse cuando notó que no estaba solo.

Un hombre, tan similar a Luo BingHe estaba sentado en su cama mientras ojeaba el manual de cultivo.

Cuando dejó el manual a un lado, sus ojos se volvieron medialunas, sonriéndole con confianza.

—Buenos días, querido benefactor...

No faltó que continuara. La espada que habían creado para él ya se había pegado a su cuello sin ningún índice de vacilación.

—... Veo que te encuentro en un mal momento.

—No des un paso más ¿Cómo entraste aquí?

El hombre sonrió elegantemente, aún cuando la energía demoníaca que exudaba su cuerpo lo deterioraba silenciosamente.

Sus largos y delgados dedos tocaron el filo de la hoja, desplazándola suavemente.

—Querido Señor Benefactor, no tienes que apuntarme con esa espada. Estamos en el mismo bando después de todo.

Mi sobrino me ha hablado mucho de usted. —Apoyó una mano en la empuñadura y lo forzó a sentarse.

—No sé de qué sobrino me hablas —respondió con brusquedad mientras se cruzaba de brazos.

—Aiya, Aiya. Él se pondrá muy triste si te escucha decir algo como eso. Incluso trajimos un regalo como agradecimiento.

El abanico no era nada de otro mundo, había visto muchos otros mucho más bonitos y de madera tallada con exquisitez y elegancia.

Shen Jiu levantó sus ya enfurecidos ojos al demonio frente a él.

Y eso no podía hacer más que ponerlo peor. Lo último que quería ver al despertar era esa cara.

La charla sobre el destino de la semilla fue relativamente corta. Sin embargo, este TiangLang-Jun parecía haber estado bajo una roca. Hablaba sin parar, lo cual era insólito para Shen Jiu, quien estaba al tanto de que no era una compañía agradable para una tarde de comadreo.

Cuando TiangLang-Jun se fue, no sin antes prometer que volverían a encontrarse pronto, ya eran pasadas las dos de la tarde.

Vestido, y con el cabello aún desarreglado, fue encarado por la última persona con la que quería encontrarse, claro, a parte de Luo BingHe.

Junto a unos sirvientes corpulentos, QingGe se paseaba en el palacio antes de entrenar.

—¿Tú aquí? —preguntó despectivamente. Aún si debía erguir el cuello para mirarlo a la cara, sus ojos eran penetrantes y agudos. Tan llenos de desaprobación, como los de ese joven cultivador que vio en el prostíbulo.

El pequeño villano escoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora