• VII •

936 139 48
                                    

Después de un rato, ya que el sol había salido en su totalidad, regresó al palacio. Entró por la misma parte trasera con sigilo y consiguió llegar a los pasillos sin muchos problemas. Hasta que en el camino se encontró con el consejero del rey. 

— ¡Kyle! ¡Kyle! Oh, Dios mío —exclamaba Stan al verlo —. Qué bueno que te encuentro, Butters fue a tu habitación y creímos que te habrías fugado o algo así ¿Dónde has estado? 

Ya no tenía papel ni pizarra para responder, así que subió sus hombros como una respuesta vaga. 

—Ah, cierto... No puedes hablar. 

Kyle dejó caer sus párpados. Se preguntaba si las personas ahí eran estúpidas o por qué se olvidaban constantemente de que era mudo. Aunque no los culpaba. A él también a veces se le olvidaba que no tenía voz.  

—Como sea, después me explicarás —lo agarró de la muñeca para guiarlo a su habitación —. Ven, corre. Tenemos que arreglarte para vayas a desayunar. Cielos, en que lío nos metiste. Ahora el culo gordo real está enfadado desde temprano. 

A Kyle le daba gracia ver como actuaron al creer que había huido, y que incluso el mismo príncipe egocéntrico ese se enojó. Eso le daba puntos y evidenciaba que este asunto era más importante para el castaño de lo que pensaba. 

Volvieron a su habitación y ahí Stan le ayudó de nuevo a preparar la tina y su ropa. Se bañó y después se vistió por sí mismo, siguiendo las indicaciones de Stan de cómo uno debe de ponerse la ropa y además recibió un pequeño regaño, recordándole que la pijama era ropa para dormir y que no debía de usarse fuera de la habitación. Eso era inapropiado e indecoroso. Kyle no comprendía muy bien la lógica, para él era ropa y nada más, pero supuso que debía de seguir los lineamientos humanos si no quería quedar mal. 

Después se dirigieron al comedor. No al mismo de ayer. Otro distinto. Uno más pequeño y modesto que el anterior. Ahí desayunaba el príncipe. Se notaba que estaba de mal humor, pues le gritaba a todo el mundo. Cuando los vio entrar se limpió las comisuras de los labios con mucha elegancia y posó su mentón sobre sus manos. 

—Ya lo encontré, andaba vagando por los pasillos —explicó Stan. 

— ¿Y a dónde fue? —Cuestionó con molestia — ¿Intentó escapar? 

—No. Bueno no sé. Le quitaste su pizarra, no es fácil hablar con él de esa manera ¿Sabes? —suspiró Stan en un tono obvio. 

Cartman se quedó en silencio recapacitándolo. Tronó los dedos ordenando a Butters que le devolviera su pizarra al judío. 

Kyle la recibió un poco sorprendido y no pudo evitar sonreír al tenerla otra vez en sus manos. Era el único medio por el cual podía hablar. En esos momentos era su tesoro más preciado. 

—Después si quieres puedes besar a tu pizarra —dijo Cartman interrumpiendo el reencuentro de Kyle y la pizarra —. Ahora ya siéntate a desayunar.

Gruñendo un poco por el poco tacto en sus palabras, Kyle obedeció y tomó asiento. A diferencia de ayer la comida hoy se veía muy distinta y eran alimentos que jamás había visto. La mayoría eran cosas dulces como panqueques, pastelillos y galletas; también huevos revueltos, pan y de beber malteadas. Se sirvió de todo un poco para probarlo y quedó maravillado por esos nuevos sabores empalagosos, pero exquisitos. 

Jamás en su vida había probado la mermelada de fresa o el chocolate. Eran sabores totalmente nuevos y en su expresión se podía ver ese sentimiento. 

— ¿Qué? ¿Nunca habías probado el chocolate? —cuestionó Cartman interesado por las muecas de sorpresa y emoción en el rostro del pelirrojo cada vez que daba un bocado nuevo.

El Tritoncito Donde viven las historias. Descúbrelo ahora